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Sevilla tiene un color especial.

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Real Betis 3-3 Sevilla FC.
Imagen: EFE.

Pues sí, Sevilla tiene un color especial. Hace un par de semanas, la capital andaluza inundaba sus calles con gentes de media España y mostraba a todo el país el fervor con que vive su Semana Santa. Pasear por sus entrañas, mezclarse entre sus gentes y tratar de entender el arte con que respiran su tierra es un placer indescriptible para los sentidos de cualquiera. Anoche, la ciudad volvió a reavivar su encanto con la otra pasión del sevillano: el fútbol. El derbi del Villamarín dejó para la retina un partido memorable al que no le faltó ningún ingrediente.

Desmelenado y ansioso por recuperar un honor dañado tras la manita del Pizjuán, el Betis inició el partido con la intensidad de una final, obsesionado por atajar cinco meses de mofa ininterrumpida. Sin embargo, se encontró con un Sevilla sólido y armado que no dudó en ningún momento sobre su idea futbolística. Lo dijo Aragonés en la final de Viena: «Estos partidos los gana quien tiene claro lo que ha de hacer». Pues anoche el Sevilla de Emery no mostró fisuras en sus convicciones y muy pronto aprovechó la primera que tuvo para iniciar la profanación del templo verdiblanco. A los 6 minutos, Rakitic recogió un balón en profundidad de Reyes -otra vez el utrerano- para dar el primer golpe y sabotear la fiesta del Benito Villamarín. El gol del croata desconcertó al Betis y los sevillistas se crecieron para asumir el control del partido. Fortalecido en su idea, el Sevilla se mostró mucho más ordenado y seguro de sí mismo, reduciendo cualquier tímido ataque del rival a la categoría de anécdota. Así, no dejaron cumplir los veinte minutos cuando, otra vez Rakitic, se aprovechó de un clamoroso error del colegiado para anotar el segundo. Este gol con polémica incluida terminó por desquiciar al Betis, que dio la sensación de navegar sin rumbo durante toda la primera parte, agravándose la situación con el tercer gol, obra de Negredo, trece minutos después. Ver para creer.

La venganza más esperada se había convertido en la peor pesadilla imaginable. A la media hora, el Sevilla vencía por 0-3 en el campo del Real Betis Balompié y no tenía intención alguna de mostrar piedad ni clemencia. Los aficionados sevillistas pedían la manita, y lo cierto es que solo parecía cuestión tiempo que cayeran otros cinco. Un reducido número de aficionados béticos, perdida toda fe, comenzaron a desfilar. Increíble. Sin embargo, cuando la tragedia sobrevolaba la Palmera, Pabón aprovechó un error clamoroso de Medel para acortar distancias al borde del descanso. Había esperanza y el chileno -aun no sabía hasta qué punto- iba a convertirse en la principal baza verdiblanca.

A los diez minutos de la reanudación, el Betis encontró el segundo gol cuando Fazio, al querer defender un ataque desde la izquierda, se fue a por el delantero que marcaba para hacerle un placaje más propio de la Superbowl que de un partido de fútbol. El linier señaló penalti y Rubén Castro se encargó de devolver la esperanza a la grada. Más tarde, el colegiado madrileño expulsó a Medel por una supuesta agresión y dejó al Sevilla con diez hombres a falta de media hora para el final. En superioridad numérica, los de Pepe Mel dominaron y se volcaron sobre la portería de Beto buscando una remontada heróica. Nosa, que no es precisamente el ídolo de la afición, terminó por coronarse al conseguir el gol del empate.

El 3-3 final dejó sabor amargo entre los sevillistas, que perdieron la oportunidad de asomarse a los puestos europeos a costa de su máximo rival; mientras que para los béticos, el resultado no ha sido suficiente para liberarse del partido en el Pizjuán pero sí para mantener las distancias.

Fútbol, intensidad, afición, goles, remontada, expulsiones, polémica, guasa, emoción… el derbi sevillano exprimió todo lo que puede dar este deporte. No fue un partido cualquiera, y es que, en Sevilla, todo tiene un color especial.