Mou ha logrado reducir a anécdota la final de la Copa del Rey y difuminar un poco más, pese a calificarlo como el mejor equipo de las últimas décadas, el triunfo liguero del FC Barcelona. Nadie habla de otras cosas que no sean las del portugués. Solo hay luces, texto y reflexiones para sus palabras, sus dardos y para las declaraciones que tienen que ver con él. Se va entre el desconcierto general de una charanga de voces a favor y en contra, que por un oído le entran y por otro le salen.
Mou no es un entrenador, es un acontecimiento. Jugó con todos. No es censura, es un hecho. Ha logrado que se cree un cisma periodístico siendo un entrenador que pasa de los periodistas. ¿Alguien da más? El aficionado del Real Madrid, el gran burlado, todavía no sale de su asombro viendo cómo su líder se marcha ensalzando al eterno rival; mientras, los jugadores andan repartidos entre los que fueron sus partidarios, los que no lo fueron, los que fueron y ahora no lo son y los que alucinan viendo el lio desde dentro.
El Real Madrid ahora mismo es un conjunto disjunto formado por una masa social desconcertada, un vestuario que intenta cohesionarse porque todavía hay fútbol, un entrenador que cada vez que habla es para separarse un poco más de la entidad y, supongo, por una dirección deseosa de que se acabe todo para ganar normalidad y dejar de ofrecer un espectáculo tan poco apropiado para una institución de prestigio. El fútbol, a falta de otro sistema, es un laboratorio en el que también se buscan las soluciones por el viejo método de ensayo/error. Sigamos atentos al próximo movimiento, lo mismo nos suena.