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El fútbol y sus rémoras

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bota y remoraEl fútbol es una sociedad compleja. Hay demasiados intereses como para dejar que las cosas fluyan con normalidad. La trama de voluntades en busca de beneficio es tan tupida que, a veces, resulta imposible distinguir entre quienes viven honradamente de esto y quienes han encontrado en el fútbol  un marco ideal, para tocar cielos sociales jamás soñados y fondos reales con los que se forran. Esa realidad intuida y poco investigada es otra de las razones por las que el fútbol para muchos es -además de opio del pueblo, manifestación alienante, herramienta contracultural- punto de encuentro de listos, enterados, avispados o rateros a secas. Basura sobre un deporte cuyo único delito es lograr una convocatoria que ninguna otra manifestación consigue de manera tan rotunda y sostenida. Desprestigio para un espectáculo cuyo mérito es tocar el plano emocional del individuo y ponerlo a vibrar por efecto de la alegría o la decepción.

Creo -no me canso de hacer esta defensa- que el fútbol liberado de oportunistas, profesionales de la comisión oscura, fontaneros del porcentaje y gente entrenada para flotar en el río revuelto de la pelota, se vería como lo que es: un deporte con el que hemos crecido jugando en la calle o en la escuela y que nos enseñó, desde muy críos, a remar en grupo, a trabajar juntos por alcanzar un resultado y a saber, que si has luchado y has hecho lo que debías, puedes perder sin reprocharte nada. Sin los golfos también sería competitivo, motor económico y espectáculo de masas. No son necesarios, son un mal lamentable poco combatido.

Cada final de temporada da un poco de pena mirar al fútbol, el de grandes clubes pero también el de equipos modestos, y comprobar que ahí están siempre las rémoras, asidas al lomo fértil de un deporte que procura emoción sin tasa, lo aguanta todo y sigue ahí, casi inmóvil, sin variar su estructura y soportando las dentelladas de agentes externos que pasan por el fútbol pero que no son del fútbol ni piensan él. Hoy, cualquiera que lleve años cerca, puede contar una historia de arreglos, comisiones ilegales y apaños de mal tono. La extrañeza y el estupor con el que algunos se expresan ante esta realidad no sé si está más cerca del ridículo o del cinismo. Menos relato y más acción es lo que hace falta. Las aficiones solo ven la trayectoria del balón que les otorga alegrías y viven enfrentadas radicalmente mientras se maniobra –precios, fraudes u horarios- en contra suya sin hacer nada por evitarlo. Son visibles en el plano teórico pero, a la hora del partido, alzan el velo de sus colores y el sistema sigue obrado en contra del espectador para convertirlo, sin oposición, en estatua de sal. El fútbol es una embajada permanente, no pide papeles ni discrimina por razones de procedencia: todo el mundo cabe. Es la miseria y la grandeza del balón.