
A mí me cae mal desde que un día, mosqueado, me cogió con rabia y me estampó contra su propio banquillo como si yo fuera el causante de sus males o el que regara los charcos por los que se mete. Dicen los que le conocen de cerca que es un hombre hogareño, cariñoso, amigo de sus amigos, buen cristiano y de costumbres sencillas. Si así fuera, entonces estamos ante la creación de su propio personaje para crear una imagen que conviene a su forma de entender el trabajo, o tal vez actúa así para superar algún complejo oculto que no quiere dejar entrever. Sea lo que fuere, su soberbia, cinismo, petulancia, arrogancia, prepotencia y desprecio por los demás, lo convierte en persona odiada y repudiable. Ningún sensato puede perdonarle la metedura de mano en el ojo de un colega que, sin ser nadie, le ha ganado de calle una liga soportando, además, la carga de una enfermedad traidora.
Y ahora se va dejando algún titulillo y mucha tierra quemada detrás. Pero fracasado, porque le pusieron en la mano un equipo millonario para destronar a su enemigo mayor y no lo ha conseguido. El mejor entrenador, a mi juicio, es el que consigue más con menos. Clemente con el Español,V ictor Fernández con el Celta, Manzano con el Mallorca, Anquela con el Alcorcón, y tantos con menos ínfulas que el luso pero mejores resultados con mimbres escasos. ¿Qué hubiera conseguido Pellegrini con el Madrid si hubiera tenido los astros que exigió Mourinho? Váyase con su fracaso y volvamos a hablar de fútbol.