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«Oh, Capitán, mi Capitán»

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pellegriniManuel Pellegrini deja el Málaga. Un secreto a voces que, no por sabido es menos doloroso para el malaguismo. Y es que se marcha un señor que, lección tras lección, ha sabido conquistar el corazón de los malaguistas a través de mostrar el suyo propio. Un malaguista más que supo hacer de la unidad de su grupo la fuerza para sacar adelante, ¡y de qué manera!, a un equipo que se iba, perdonen la expresión, al carajo.

Irresponsabilidad o no del propietario pero nunca culpa de un grupo de futbolistas que querían cobrar lo previamente firmado. Muchachos que, dirigidos por Pellegrini, asombraron a Europa pero que estuvieron a punto de no hacerlo. Todo salió como ya sabemos gracias a la gestión del técnico chileno en aquella “pretemporada de los impagos” donde  convenció a todos de que lo importante era el club.

Llegar a un equipo colista y dejarlo, presumiblemente, en la Europa League. Ese fue su principio y será su final. No sin olvidar el fabuloso paso del Málaga en su primera temporada por la Liga de Campeones, en la que sólo un arbitraje impresentable les privó de saber cuál era el tope del conjunto boquerón.  La que significó la semana más dura del Pellegrini, que enterró a su padre y asistió al partido. Nunca falló.

Ahora que se va, entre rabias e impotencias, asaltan dudas. Lo que es cierto es que el Málaga -los que trabajan en sus oficinas- finalmente no ha podido convencer al técnico chileno de que se quede. Eso o que no han sido capaces de darle garantías o que el jeque, al que tantos adoran, no ha sabido valorar tal vez lo que Pellegrini le ha dado al club que adquirió en 2010. Demasiados porqués, cero respuestas.

Yo, observador desde fuera, ante su despedida me subiré al pupitre cual Todd Anderson, en el Club de los Poetas Muertos y entonaré el famoso “Oh capitán, mi capitán”. Considerando que Pellegrini, al igual que el profesor John Keating, no se va, sino que realmente, ha sido invitado hacerlo. Algo que parece injusto.

Hasta siempre, Ingeniero.