¡Menuda locura! Por momentos, pensé que la final soñada entre Brasil y España tendría que esperar, que Italia nos mandaba para casa en la tanda de penaltis y que la carroza volvía a transformarse en calabaza. Xavi e Iniesta inspiraban confianza. Ramos sembraba incertidumbre -castañazo, Panenka o qué se yo-, Piqué tenía molestias en el tobillo y además se había pasado la noche mandando balones al limbo, y Mata… En fin, menos mal que marcaron todos, incluidos Busquets y Jesús Navas. A la final, la cuarta en cinco años. Desde la revolución de Aragonés en 2008 -al César, lo que es del César- nadie nos ha birlado un campeonato de estos. El desliz ante Suiza y los sustos de Portugal e Italia son lo más parecido al fracaso que hemos vivido. El verbo perder no sabemos conjugarlo.
Tras la euforia -dudo haberla superado todavía- pensé que España se ha convertido en un equipo invencible y hoy me vuelvo a preguntar con más motivo: ¿Quién puede ganar a estos tíos? Anoche, Italia nos llevó al límite en los penaltis y también durante el partido. Está claro que Prandelli se ha visto la final de la Eurocopa como unas cien veces, pero ni aún haciendo un partido perfecto, fueron capaces de acabar con la selección.
España sobrevivió ante una Italia que clamaba venganza. Después se repuso y terminó ganando cuando muchos le daban -dábamos- por muerta. Me recordó a la semifinal del último Roland Garros entre Nadal y Djokovic, donde el mejor tenista español de todos los tiempos mostró una fortaleza mental y física descomunal, fuera de lo común. Algo, no obstante, que ya ha exhibido en numerosas finales. Si la tierra batida es territorio de Nadal, la hierba húmeda y bien cuidada es el ecosistema de La Roja. Por muy mal que estén las cosas, esta gente nos ha enseñado que tenemos que confiar hasta el último aliento. Son ganadores. España se ha contagiado del gen Nadal.
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