Inicio José M. Ríos La resocialización y el fútbol

La resocialización y el fútbol

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pablo miglioreJosé Manuel Ríos Corbacho.
Profesor Titular de Derecho penal de la Universidad de Cádiz.
Director del Forum de Derecho, Ética y Deporte de la UCA.

Aunque parezca mentira, la institución de la resocialización está dejando de ser una utopía para acercarse al escenario de la realidad. Poco a poco, se van consiguiendo logros en este campo, situación que no deja de ser un desideratum constitucional y que ya lo plasmó el texto de la Constitución de 1978, necesitando el lector saber que es el vértice del ordenamiento jurídico positivo, esto es, la norma que manda sobre todas las demás, aunque parece que estuviera ahí como una mera obra de arte para observarla, sin mayor efecto jurídico que lo fuera el de mirar un cuadro de Goya en el Museo de Prado y, si se me apura, de la colección de los “disparates”.

Pero la resocialización o reinserción social aparece preceptuada en el articulo 25.2 de la norma antedicha pudiéndose conceptuar como una institución que no es comprendida por la sociedad, puesto que ésta lo más que quiere es seguir aislando al delincuente, pase lo que pase en su vida en prisión, o sea, dejarlo de lado, aislarlo, y no concederle oportunidades para que vuelva a vivir en comunidad, es más, lo que pretende es seguir imponiendo penas privativas de libertad infinitas que hagan viejo al delincuente en prisión pero que lo importante es que no moleste a esa sociedad real de los “bienpensantes” que nos rodea. Para contrarrestar esto, las normas hablan de reeducación y reinserción social pero en los textos legales no aparece la palabra “resocialización”, e incluso dicho vocablo no existe en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua por lo que es del todo imposible establecer que es la resocialización, desde un punto de vista semántico, y realizar una interpretación correcta de lo que quiere indicar dicha palabra. Por todo lo anterior, cabe establecer una noción del concepto examinado como “llevar una vida futura sin delitos”, incluso se podría definir como el hecho de volver a enseñar al sujeto que sabía y que por circunstancias ajenas, que han actuado sobre él, ha dejado de saber; con todo, puede decirse que la reeducación es el hecho de compensar las carencias del recluso frente al hombre libre ofreciéndole ciertas posibilidades para que tenga un acceso a la cultura y un desarrollo integral de su personalidad (TERRADILLOS BASOCO y MAPPELLI CAFFARENA, Las consecuencias jurídicas del delito, Madrid, 1996).

Traigo a colación a este “estrado de la opinión” la institución resocializadora por cuanto el fútbol también posee, entre otras cosas, un gran “efecto reinsertador”. El fútbol, es pasión y, a mi entender cultura, que puede proyectarse para algunos en un efecto integrador en la sociedad. Este es el caso del portero Pablo Migliore que pasó de estar en la cárcel a jugar la Champions League. El guardameta atravesó una circunstancia desagradable, pues paso de estar en pocos meses de un centro carcelario donde se encontraba privado de libertad a jugar por la “orejona” en el Dínamo de Zagreb de Croacia. La historia de este futbolista viene determinada por ser el portero titular de San Lorenzo de Almagro cuando fue encarcelado al intervenir como presunto encubridor de un crimen, aunque recuperó su libertad después de un mes de privación de su libertad, no saliendo indemne de la situación, ya que el club argentino le pidió que renunciara a formar parte del equipo para que se olvidara el incidente y en ningún caso ensuciara el nombre del histórico club latinoamericano. No obstante, tras su periplo carcelario y después de haber declarado el cancerbero que “cuando te pasa algo así, aprendes a valorar todo de otra manera” y viviendo tan desagradable experiencia, ésta le sirvió para reflexionar sobre la cuestión, fichó por el Dínamo de Zagreb, a la sazón, el club más fuerte de Croacia, además de tener la posibilidad de jugar en la segunda fase de la Champions de 2013-2014.

Sin embargo, el delito por el que se le acusa al meta es el de encubrimiento. Este ilícito puede definirse como aquella conducta encubridora que ha de tener lugar después de perpetrado el hecho punible, tanto objetiva, como moralmente, ya que los actos posteriores que hayan sido concertados antes o al tiempo de cometerse el delito vienen siendo unánimemente considerados por la doctrina y el Tribunal Supremo como formas de participación en el delito, esto es, como una cooperación necesaria o como complicidad. La peculiaridad de este tipo de ilicitud es que hasta la entrada en vigor del Código penal de 1995, el encubrimiento era considerado como una forma más de participación mientras que posteriormente a esa fecha ya se consideraba como un delito autónomo. Hay que indicar que no pueden ser encubridores aquellos que hayan tenido intervención en el mismo como autores o cómplices en la comisión de un delito (DE VICENTE MARTÍNEZ, Vademecum de Derecho penal, Valencia, 2013). Pero es más, en lo referente a la forma de conducta, cualquier intervención posterior al delito no es punible como encubrimiento, sino tan sólo aquellas que adopten alguna de las formas típicas que se enumeran en el art. 451 CP entre las que se encuentran la de ocultar, alterar o inutilizar el cuerpo, los efectos o los instrumentos de un delito, al objeto de impedir su descubrimiento (RUÍZ RODRÍGUEZ, El delito de encubrimiento, Barcelona, 2001). Con todo, el ordenamiento jurídico español encuadra a este delito en los arts. 451 a 454 y en el tipo básico se le impondrá al sujeto una pena de prisión de seis meses a tres años.

Permítame el lector que, en virtud de mi amor por el fútbol argentino, le cuente que San Lorenzo es un mítico equipo de Boedo cuyo primer nombre fue el de los “Forzosos de Almagro” y que nació en 1908. Posteriormente, por iniciativa de su propulsor, un sacerdote salesiano, Lorenzo Massa, modificó su nombre hasta intitularlo con su nombre actual. Dentro del palmares de este centenario club, cabe destacar los títulos del campeonato amateur de 1923, 1924 e incluso 1928, llegando a poner en jaque la hegemonía del Boca Junior de aquella época; además llegó a conquistar, en 1933, el campeonato de Liga argentino; ganó también el campeonato metropolitano de 1968 y cuatro años más tarde, tras desarrollar un juego excepcional, en 1972 hizo lo propio con los títulos del Metro y del Nacional, superando respectivamente a Racing de Avellaneda y a River Plate, volviendo a ganar en 1974 el torneo Nacional. Desde el punto de vista internacional, su participación fue frustrada por equipos como el Peñarol de Montevideo e Independiente que le cerraron el paso a “cal y canto”. Pero la leyenda de San Lorenzo se ha gestado no sólo por sus títulos sino también por la pléyade de jugadores importantes que llevaron su zamarra, entre los que puede destacarse a Sanfilippo, Martino, Pontoni, los vascos Lángara y Zubieta y ya en los años setenta al mítico Héctor Horacio Scotta, creador del célebre “scottazo”  y que jugara a buen nivel en el fútbol español, concretamente en el Sevilla FC.

Pero lo legendario de este club ha topado con el mal enfoque del “affaire” Migliore. Quizá San Lorenzo no debería haber prescindido de los servicios del portero y, sobre todo, por el amor que el guardameta le tiene a su equipo, tanto que ha sido capaz de señalar que, pese a su provechosa estancia en el equipo croata, si le volvieran a llamar desde Argentina se iría a “atajar” gratuitamente. Pero la nómina de hombres del fútbol reinsertados es más amplia, así, en el propio fútbol argentino, puede citarse a Lucas Viatri, delantero de Boca Juniors que estuvo preso casi un mes en el año 2008 por el presunto robo a una peluquería. Este hecho le impidió emigrar al fútbol europeo porque la justicia argentina argumentó que el atacante del equipo del pintoresco barrio de Buenos Aires, debía cumplir dos años y medio de trabajo comunitario y resarcir económicamente al comerciante perjudicado. Hasta ahora no se ha probado fehacientemente la culpabilidad del jugador. Igualmente, Héctor Veira que el 17 de octubre de 1987 fue denunciado por la violación del joven Sebastián Candelmo. En 1991 fue encontrado culpable en grado de tentativa y condenado a seis años de prisión por el hecho, mientras que otro tribunal le redujo la pena a tres años, y en 1992 fue puesto en libertad condicional. Pero el caso más claro de resocialización a través del fútbol ha sido el del jugador Maxim Molokoyédov.

Este futbolista ruso fue encarcelado en Chile por tráfico de drogas. El preso, que llamó la atención de un entrenador de la penitenciaría, firmó un contrato con un club profesional chileno. En 2010, cuando tenía 24 años, fue condenado a tres años de prisión en Santiago de Chile por tráfico de drogas tras ser detenido en un aeropuerto de la ciudad con seis kilos de cocaína. En aquel entonces pensó que, tras lo sucedido, su vida de deportista quedaba al otro lado de las rejas.  A pesar de ello, no hace mucho que firmó un contrato profesional con el club chileno Santiago Morning. 

En su ciudad natal, San Petersburgo, Maxim había jugado en la segunda división de los equipos Dinamo y Pskov 747. Su estilo de juego llamó la atención de Frank Lobos, un entrenador que trabaja en un programa de rehabilitación de la prisión, que lo vio un día en la cancha del centro penitenciario y que le cambiaría la vida consiguiéndole un nuevo contrato.

Pero la reinserción a través del fútbol no sólo es patrimonio de la elite. El balompié que nos embelesa no es propiedad de los profesionales, también hay sujetos en prisión que no son trabajadores en nómina del fútbol, sino sólo individuos encarcelados que, mediante la circunstancia de dar patadas a un esférico, ansían la libertad. El balón da la felicidad a unos y la libertad a otros, aunque sea una libertad determinada por los metros de un terreno de juego, donde, por un rato, se sienten Ronaldo, Messi o Isco, donde la visita de un monitor o incluso de algún miembro de la “tribu del fútbol” les permite volar con esas alas de fantasía que les proyecta hacia la libertad. En una prisión no hay colores, no hay razas, no hay política, hay hermandad, comprensión, solidaridad y mucho, mucho deporte, en general y fútbol en particular; esa, sin duda, es la “virtud de la pelota” que libera mentes nerviosas y que genera esperanza para una vida extramuros. Creo en la resocialización, naturalmente, ya que el sujeto privado de libertad se puede resocializar y el “arma” más importante para conseguirlo puede ser el fútbol. Para nosotros, los que estamos fuera de los centros penitenciarios, un Madrid-Barcelona puede ser una tarde interesante, de divertimento, de estar cerca de nuestros amigos, incluso de una sana rivalidad, pero para los reclusos es la transformación de lo cerrado en abierto, la libertad mental, el sueño convertido en realidad, la ilusión y sobre todo, la esperanza; noventa minutos del día que proyectan una libertad futura, los grandes estadios, la fama de los jugadores, la pasión por el fútbol.

Gracias a Pablo Migliore, que me ha permitido reflexionar sobre la importancia del fútbol, como elemento reeducador, en un centro penitenciario desde mi espacio de libertad y al fútbol por convertir siempre los sueños en realidad.