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Cuando el fútbol fue tortura

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pelé                                                                                                                                        José Manuel Ríos Corbacho
Profesor Titular de Derecho penal de la Universidad de Cádiz
Director del Forum de Derecho, Ética y Deporte de la UCA

En el último ensayo publicado por el periodista deportivo Julio Maldonado (Puro Maldini, Barcelona, 2013), cuya lectura recomiendo encarecidamente, no me queda más remedio que convenir con él que la visión y la vivencia del fútbol es como estar, cuando eres pequeño, en un parque de bolas, que es lo que para el informador es el balompié y, a mi entender, nunca mejor definido, donde la satisfacción y la efervescencia vital de la niñez son el bálsamo de fierabrás para los fútbol-adictos. Vaya¡¡ que el fútbol puede ser, parafraseando al desaparecido Andrés Montes, “maravilloso”. Pero no siempre fue así.

Hace unos días encontré en un diario la noticia de que había fallecido en Almenara (Castellón), Bert Trautmann, el mítico guardameta del Manchester City, durante más de quince años, compartiendo la gloria de los “citizens” en el periodo en el que ganaron la final de la FA Cup al Birmingham por 3-1 y en el que nuestro protagonista se hizo famoso por aguantar en el campo con la segunda vértebra fracturada después de un fuerte encontronazo con, el delantero rival, Peter Murphy.

Pero la característica más importante del cancerbero germano fue su pasado nazi. Con diez años se alistó a las juventudes hitlerianas ante la promesa por parte del partido nacional-socialista de acción y aventura para los integrados en el mismo, y vaya si las tuvo. De una familia humilde y estudiante de mecánica se alistó en dichas “juventudes” en pleno ascenso del nacismo. Fue paracaidista de la Luftwaffe durante la Segunda Guerra Mundial, ascendido a sargento y llegó a ser condecorado con la Cruz de Hierro de primera clase. Asimismo, fue apresado, consiguiendo evadirse en varias oportunidades, pero en 1945 recala finalmente en un campo de prisioneros entre Liverpool y Manchester, comenzando a disputar los conocidos partidos entre reclusos y soldados encaramándose en su definitiva posición de portero. En 1948, al licenciarse, como prisionero de guerra, trabajó en un granja y a la vez inició su periplo en el fútbol, decidiendo no volver a Alemania y fichando en 1949 por el City, donde acumuló sus mayores éxitos futbolísticos y con la peculiaridad de que firmando en un equipo de fuera de su patria le era imposible ya jugar en su selección nacional.

Esta es una historia donde aparece el horror de la guerra pero con cierto final feliz, aunque existen otras verdades y realidades que enaltecieron el periodo más trágico de la historia mundial, en general, y de la de Alemania, en particular. Ni que decir tiene que el fútbol es un fenómeno de masas y que entre el nacismo fue muy valorado. Tanto es así, que se ha podido demostrar que en los campos de concentración en Alemania, como en los de “exterminio”, Austria o Polonia, en virtud de la “higiene aria”, se jugaba al fútbol. Ello con motivo de que para los presos fuera una distracción, aunque una segunda intención nazi lo convertía en una amenaza. Así, otro de los protagonista de aquella época fue Milos Dobry (1923-2012), magnifico guardameta internacional de la República Checa que entendía que aquellos partidos en los campos de concentración frente a las SS no lo percibía como un juego, sino como un desafío a los nazis, recordando su paso por aquellos campos del holocausto.

Existían torneos de fútbol en Theresienstadt y ocasionalmente en Auschwitz y ello porque si bien el deporte era algo inherente a la salud no cabía en cabeza humana como en ese tipo de escenarios se jugara al deporte rey en el mundo y, como no podía ser menos, en una Alemania en guerra. Pero el verdadero motivo de aquella práctica del fútbol era como humillación y como método de castigo, puesto que la finalidad era agotar hasta la extenuación a muchos prisioneros, ya que se trataba de estar durante horas y horas corriendo y saltando. Véase este testimonio como muestra: “Ahora jugábamos al fútbol en la explanada, mejor dicho, estábamos obligados a jugar, pues los domingos el comandante Rascapolvo ordenaba, por ejemplo, que el bloque 10 se enfrentara a los del 11. Los decanos del bloque se vieron obligados a formar sus equipos. Y no era fácil pues no se trataba de encontrar a once o trece hombres que supieran jugar al fútbol y quisieran hacerlo, se trataba de encontrar once o trece hombres que tuvieran fuerza suficiente para correr detrás de una pelota durante noventa minutos, aunque no supieran ni lo que era el fútbol.

Los partidos eran fiel reflejo de los jugadores” (HEGER, Heinz: Los hombres del triángulo rosa. Memorias de un homosexual en los campos de concentración, Madrid, 2002). Así, el deporte fue utilizado como método violento y de castigo, encajando en el orden militar que se intentaba imponer en dichos escenarios del horror. Igualmente, hay que incidir en que la violencia a través del deporte es una forma especialmente pérfida de tortura, ya que los prisioneros eran obligados a no parar hasta el agotamiento físico extremo, además de que los guardianes incentivaban la violencia sin necesidad de ningún contacto físico, puesto que ordenaban a los presos que se torturaran mutuamente.

El tema de la tortura en la SS se veía como una especie de baremo para separar los presos en buen estado del resto, existiendo varios equipos y siendo el equipo judío prohibido más tarde; pero de otro lado, hay que decir que jugar al fútbol en ese tipo de escenarios era propaganda propia del nazismo porque la idea era señalar que a los presos políticos no les faltaba de nada e incluso era tal la magnanimidad del ejercito alemán que se le permitía hacer deporte. Entre las características mas importantes de los partidos existían las siguientes: se trataba de equipos de 7 jugadores que disputaban dos tiempos de treinta y cinco minutos e incluso se llegó a crear una comisión de arbitraje que entrenaba a los árbitros en el campo de concentración, disputándose los partidos contra los policías del guetto o en función del origen de los prisioneros (por ejemplo, Praga-Viena). En el momento en el que la realización del trabajo entro a formar parte de los “campos”, el fútbol siguió permaneciendo como un acto lúdico de premio que posibilitaba el hecho de que después de una ardua jornada laboral se permitía jugar un partido.

Se jugaron partidos en los “campos” más afamados: Buchenwald, Sachsenshausen, Mauthausen, e incluso en el no menos afamado Auschwitz, cerquita del crematorio y donde se alzaban voces para señalar que con la escasa ingesta de comida era imposible hacer deporte. Por otro lado, las SS decidían quien podía hacer deporte y quien no, de modo que aquellos jóvenes, bien formados físicamente podían jugar, siéndoles concedidos ese “favor”; en suma, de lo que se trataba era de llevar hasta el extremo el aforismo “divide y vencerás”, por cuanto para los nazis era una muy buena manera de ordenar una comunidad de presos “dividiéndolos”, pues sólo un pequeño grupo podía participar en los encuentros, con el lógico recelo del resto de los habitantes del campos. Pero esto no fue siempre tan de color de rosa, puesto que para esos “privilegiados” muchas veces se convertía en un auténtico suplicio ya que infinidad de veces, pese a que se encontrasen extenuados, debían jugar para el divertimento de los guardias.

Para muchos de estos “jugadores”, el hecho del partido de fútbol significaba un síntoma de supervivencia pero no tuvo todo el mundo la misma suerte, baste citar la figura del malogrado Julius Hirsch. Este jugador fue internacional en siete ocasiones antes de la guerra, pero pese a ser un futbolista talentoso, al ser de origen judío, fue expulsado de su club, el Karlsruher, siendo posteriormente presumiblemente gaseado en 1945.

Cabe apuntar que en todos estos supuestos nos encontramos con el ilícito de la tortura. Así hay que señalar que en el art, 7, letra f) del Estatuto de la Corte Penal Internacional se dice que entre los crímenes de lesa humanidad aparece el delito de torturas, indicándose que es un delito que se persigue a nivel internacional y que en virtud del Principio de justicia Universal registrado en el art. 23 de la Ley Orgánica del Poder Judicial puede ser perseguido en cualquier Estado.

Ésta fue definida por la Convención contra la Tortura y los Malos tratos o Penas Crueles, Inhumanas y Degradantes, de 10 de diciembre de 1984, ratificada por España el 21 de octubre de 1987, conceptuándose como “todo acto por el cual se inflijan intencionadamente a una persona, dolores o sufrimientos graves con el fin de obtener de ella o de un tercero, información o una confesión, además de castigarla por un acto que haya cometido o también para intimidar y coaccionar a esa persona o a otros”.

Posee unos elementos entre los que pueden destacarse: un elemento material como es el someter a la víctima a condiciones o procedimientos que por su naturaleza, duración u otras circunstancias originen sufrimientos físicos o mentales, supresión o disminución de sus facultades de conocimiento, discernimiento o decisión o que de cualquier otro modo atenten contra su integridad; la especial cualificación del sujeto activo que ha de ser autoridad o funcionario público en el ejercicio de su cargo, aprovechándose de la situación de dependencia o sometimiento en la que se encuentra el sujeto pasivo; por ultimo, el elemento teleológico, esto es, la finalidad perseguida, que consiste en la acción, condiciones o procedimientos ejecutados por el sujeto activo, lo sean con la finalidad de obtener una confesión o información (tortura indagatoria) o de castigar por cualquier hecho que se haya cometido o se sospeche que se ha cometido por el sujeto pasivo.

En el caso que estamos examinando la tortura futbolística podría catalogarse como gratuita ya que se torturaba por diversión sin ningún otro fin aparente. Sólo para divertimento de los altos cargos del nazismo alemán. El art. 175 CP impone la pena de dos a cuatro años de prisión si la tortura fuese grave y de seis meses a dos años si no lo fuera. En todo caso al autor se le aplicará la inhabilitación especial para empleo o cargo público de dos a cuatro años.

Pero no todo fue negativo pues los prisioneros fueron capaces de establecer, mediante el fútbol, lazos de solidaridad y contacto entre ellos, además de que el balompié no dejaba de ser un deporte y que al practicarse permitía fortalecer los cuerpos y en ocasiones la mente, que hacia unos ciudadanos muy deteriorados por la guerra y el sufrimiento. Uno de los pasajes más macabros que se pueden leer es el relato del escritor polaco Tadeusz Borowski llamado “Mundo de piedra”, en el cual el literato superviviente de Auschwitz, narra una jugada cuando se encontraba disputando un partido señalaba que “la pelota pasó de un pie a otro y se fue muy cerca de la portería, peleé por ella, pero se fue a la esquina. Cuando fui a buscarla conseguí cogerla pero me quedé helado: la rampa estaba vacía… Volví con el balón y lo dejé en la esquina. A mi espalda estaban gaseando a tres mil personas”.

Esto no fue patrimonio de los nazis pues en la Argentina del 78 los militares mientras se disputaba el partido final entre argentinos y holandeses, torturaban y mataban a ciudadanos desaparecidos en la Escuela de Mecánica de la Armada de Buenos Aires (GOTTA, Fuimos Campeones, Buenos Aires, 2008).

Menos mal que todo ese mundo oscuro y tétrico del nazismo ha desaparecido salvo algunos espejismos que han ocurrido en la serie A italiana de la mano del ínclito Di Canio y recientemente el incidente protagonizado en la liga griega por Giorgios Katidis, del AEK de Atenas y que le costó el ser expulsado de por vida de la Selección Helena.
Pues bien, estos incidentes, que pueden catalogarse de un mal sueño, no van a empañar el fenómeno psicológico, sociológico y vital que es el fútbol. Debemos reivindicar la belleza de nuestro deporte, el fútbol global que llega a todas las latitudes del planeta y que es capaz de unir a los pueblos.

No puedo dejar de acabar esta colaboración, sin hacer alusión a unos “versos” del gran Ramón Melendi Espina (Oviedo, 1979), aficionado al fútbol en sobremanera y, fundamentalmente, admirador de Dennis Bergkampt, por aquello de que no le gusta subirse en los aviones; el asturiano dijo, en una de sus míticas melodías (“Me gusta le fútbol”), que “Me gusta el fútbol, porque soy dios en casa por un día, sentadito en mi sofá, veo la Champions y la Liga, no quiero perderme nada, del domingo y su jornada, ni mucho menos un gol…”. El fútbol es un elemento pacificador, como la música, amansa a las fieras, aunque de vez en cuando aparezca alguna en los estadios, aunque, globalmente, el fútbol une al planeta. Gracias a la tribu del deporte rey. ¡¡¡ Viva el fútbol!!!.