Si hace dos años nos dicen que Diego Costa iba a ser el pichichi de la liga más de uno hubiera soltado alguna carcajada. Hoy son muy pocos los que se atreven a reírse del delantero brasileño. Diego se ha ganado el respeto de todos a base de esfuerzo, derroche físico y entrega. Se ha convertido en la extensión del Cholo dentro del terreno de juego representando a la perfección los valores que el argentino quiere que muevan a su equipo.
Su comunión con la grada es total. Su estado de forma física le hace ofrecer un juego que hincha de orgullo a los colchoneros que lo jalean allá por donde va. Es luchador como pocos y cuanto más lo provocan más disfruta este chico del fútbol; y sino que se lo digan a los aficionados que acuden con regularidad al Ramón Sánchez Pizjuán o al Santiago Bernabéu.
En este ascenso meteórico Diego ha aprendido a controlar, que no mitigar, su agresividad y aprovecharla para sacar del partido a las defensas rivales, que a menudo parecen más empañadas en darle patadas que en robarle el balón. Ha afinado tanto de cara a puerta que a estas alturas ha anotado más goles en liga que Neymar, Cristiano o Messi. Su fichaje no vino abalado por un taco de millones ni por unas filigranas con el balón casi imposibles. Él se ha ganado su hueco a orillas del Manzanares a base de garra, lucha y sacrificio, algo que emociona entre una hinchada trabajadora por tradición.
Es el que predica con el ejemplo entre sus compañeros y el primero en dejarse la piel por el escudo que lleva bordado en su camiseta. Es feliz defendiendo los colores rojo y blanco y lo demuestra en cada choque acudiendo dispuesto a todo cada vez que suenan los tambores de la tribu. Hay un nuevo inquilino en el trono del Calderón y se llama Diego Costa.
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