El clásico llega en un momento ideal. Es muy pronto para alimentar dramas. Las distancias son testimoniales. Esta vez, aunque por poco, no se ha quebrado la Liga en dos meses. Hay pelea y un tercero que rebaja, no sabemos hasta cuando, la sensación de binomio intratable que se ha vivido otras temporadas.
Los banquillos, salvo la “tatada” sobre el precio de Bale, proyectan normalidad, sensatez y buen estilo. El clima entre los jugadores es de absoluta normalidad y hasta se habla de que en Barcelona se va a “homenajear” a Casillas. Más miel no cabe. Parece que, después de las convulsiones, los disparates y las faltas de educación de otros tiempos, esta vez esperamos solo fútbol y no es una cuestión menor. En Barcelona se van a dar cita un puñado de jugadores que difícilmente se pueden ver juntos si no es en choque como este: Messi, Ronaldo, Naymar, Bale, Iniesta, Ramos, Xavi…es imposible reunir tanta calidad en otra parte.
Esto convierte en sacrilegio el tiempo perdido en choques verbales, en jugadas que lindaban la violencia o en deplorables gestos, más cercanos al gamberrismo pandillero que a nada relacionado con este deporte. Las posibles conjunciones de Messi y Neymar o la presencia, si se produce, por primera vez de Bale y Ronaldo en un once titular, el reconocimiento y el apoyo a Tito y la tensión natural de dos estructuras futbolísticas como Barcelona y Real Madrid demuestran que, sin necesidad de incendiarlo todo, se puede disfrutar un partido de fútbol. El ambiente y el terreno de juego disponen de lo necesario para vivir un espectáculo capaz de sentar delante de la televisión a millones de personas en todo el mundo. Sin trampa ni cartón, sin dislates ni engañifas. Artistas de la pelota dispuestos a imponer su talento. Ojalá que nada ni nadie lo emborrone, que gane el fútbol.
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