El fútbol lo magnifica todo en su propio beneficio, es la cara más fría, la más inhumana de un deporte con grandes virtudes. Bale es su última víctima. El espectáculo no entiende de aclimataciones ni de adaptación paulatina, lo quiere todo y en el momento. El mercado exige materiales para no dejar de moverse nunca.
Este verano Garet Bale fue el hombre que sujetó el entramado de la expectación, las especulaciones, las comparaciones, la ética y el drama social, no faltó de nada. Sin embargo ese enorme globo de argumentos para agrandar la imagen y el poder del fútbol, al final, descansaba sobre la espalda de un joven que no ha podido responder, con la celeridad que le ha exigido el fastuoso vehículo que lo trajo al Real Madrid.
Todo es descomunal, urgente, inaplazable y un poco cruel. Tras las alabanzas, los halagos, las coronaciones y el entronado vienen los análisis despiadados, las facturas costosísimas y el frío de noches como la del Camp Nou. Si la cabeza de Bale lo resiste, acabará siendo aquel futbolista que vimos en la Premier, si no puede, será otro acto fallido que ayudó a pasar un verano a millones de personas de medio mundo, entretenidas por el rastro de una eterna negociación. Más espectáculo.
Espero, por bien de Bale y del fútbol, que levante la niebla y aparezca el jugador que los madridistas saben que existe. Bale ya está aquí. La estrella que fichó el Real Madrid todavía no.
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