El fútbol, vuelve a ser utilizado. Estamos ante un fenómeno social que, con una profunda raíz y sujeto por una fortísima estructura, tiene sus paredes permeables. Nadie exige credenciales de respeto y eso allana el camino. Entra cualquiera. Un espectáculo que cada fin de semana cita a millones de personas en todo el planeta, es algo demasiado goloso para oportunistas, políticos sin audiencia, empresarios desconocidos, delincuentes, tontos y locos. Gentes que pasan por el fútbol pero que no son del fútbol. El campo de Villareal ha sido escenario de apasionantes momentos de fútbol. Se ha vibrado con los sueños europeos, se ha sufrido con el drama del descenso pero, sobre todo, se han escrito muchas páginas de fútbol bueno, social y deportivo.
El bote de humo es la expresión objetiva del uso de este deporte como escaparate de la barbaridad, por parte de quienes necesitan su resonancia y un eco que solo el fútbol puede ofrecer. ¿A quién representa ese ser menor que lanzó el artefacto? al fútbol desde luego que no y al Villareal tampoco. Es la representación más contundente de una sociedad a la que se le están rompiendo las costuras. Por esos agujeros deshilachados mana la podredumbre de un marco económico y de convivencia que palidece y anda sin esperanzas. Un entramado de convenciones que han perdido vigencia y, lo peor, que ya no parece que puedan recuperar su sentido. Lo de Villareal ocurrió en un campo de fútbol pero no tiene nada que ver con el fútbol. El fútbol no es culpable.
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