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Mi clásico

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635312093312945604wDaniel Mata.- Una hora antes salí de casa para ver el enésimo partido del siglo. Iluso. Los ríos de cerveza llevaban horas corriendo por los gaznates de todo bicho viviente y la gente pedía número en la puerta de los bares para ver a 22 tipos correr en un campo de fútbol. La merienda se convirtió en merienda-cena y el dulce del café se tornó en la tapa de ensaladilla rusa o la “crestita”, como la llaman en Málaga. Yo seguía sin sitio donde poner el huevo, hasta que recibí un mensaje. Bingo, cuatro maravillosas féminas me habían guardado asiento. Llegué, me senté, y eché un vistazo al televisor, pero me encontré con un problema en forma de columna, en la que se podía leer “tapas a elegir”. Lo que anoche se vivió en el Bernabéu más que una tapa fue un entrante, con su primer, segundo plato y postre. No hubo mucho, pero hubo de todo. Mi siguiente paso fue intentar esquivar ese armatoste de hormigón que me imposibilitaba la visión. Tras dar más vueltas que un pollo en feria por fin me acomodé. Estaba listo para el clásico. O no. “Perdona, me estás arrinconando desde hace un rato”, me espetó la señorita de la mesa de al lado. Tarde, Undiano ya había pitado y yo hice oídos sordos.

Pedí de tapa ensaladilla rusa, aunque prefiero manchega, si es que existe, o manchego en este caso, y si puede ser con un 8 a la espalda mejor aun. Que temple, que sangre fría de don Andrés para abrir la caja de los truenos. Hoy, en la resaca del clásico, he vuelto a ver al de Fuentealbilla en cámara de alta velocidad (dudo a día de hoy porque la llaman así). Aún me pregunto cómo se puede hacer tanto con tan poco. Un toque, un amago, una finta, un taconazo, y el rival por el suelo. El fútbol siempre estará en deuda con ese genio pálido, al no brindarle ese balón dorado que tanto mereció en el año 2010.

Luego llegó el gato Karim (con un fideo como socio de lujo), previo fallo de cárcel, con dos zarpazos para sentenciar la Liga de nuevo. Y Cristiano, que pese a no brillar anoche no falló a su cita con el gol, y volvió a decir aquello de “yo, aquí”. Pero llamaron al enterrador, una vez más, para que dejara la pala, a Messi hoy tampoco se le esperaba por el camposanto. Y arrancó, y no falló, bueno sí, tuvo el 0-2 en sus botas, pero una y no más… Se vistió de 9, de 10 y de todo(campista). Dejarle moverse es pecado. Marca, asiste, hace lo que quiere y como él quiere. Y si se le pone otro record a tiro, allí que está él, dentro del área, casi sin hueco, para fulminar la marca de Di Stéfano en los clásicos. Y luego te deja dos más de propina, para llevarse la pelota a casa, otra vez, ya van 2 tripletes a los blancos. Nadie más lo había hecho antes.

Y el árbitro pitó el final. El conato de incendio ya había empezado a pocos palmos de donde yo estaba. Los ebrios aficionados enfundados con ambas elásticas sacaron su lado más primitivo. Miradas desafiantes e incitaciones a seguir con la discusión en la puerta de la taberna. Guerras, conspiraciones y ese jugador número 12 que todo lo puede y que tanta injusticia reparte por los campos de fútbol. Yo, como buen previsor, abandoné la zona de un inminente crimen. Mi clásico había terminado.