Messi y Ronaldo viven su momento más humano, cuando humano es sinónimo de angustia. La competición llevada al límite es así. Ni los dioses pueden evitar dejar de serlo. No hay atajos. El cuerpo tiene límites. Hasta aquí llegó la fiesta. Rotos o medio rotos, evidencian un cansancio que devuelve a todos a la realidad. No son indestructubles. La mente o el cuerpo acaban protestando y lo hacen en cualquier momento. No reparan en partidos decisivos ni en momento inoportunos. Se paran y punto. Luego vienen los análisis, los cálculos de probabilidades, los plazos, las explicaciones retorcidas y los juicios interesados. Esto pertenece ya al espectáculo que sostiene los intereses de mercado. Lo cierto es que a Messi le empiezan a pesar muchas cosas de atrás y la responsibilidad inminente de hacer a Argentina campeona del mundo o resigarse a ser el segundo, un paso por detrás de Maradona.
Cristiano vive compitiendo, compite hasta cuando duerme. No perdona un minuto ni de entrenamiento, de entrenamiento menos. Lo quiere jugar todo, siempre y al límite. La obsesión del muro Messi le ayuda poco. Su omnipresencia productiva le ha llevado a esta situación crítica. Vivir sobre el vértigo de la línea tiene estas cosas.
Son dos casos paralelos de calidad, competencia, ansiedad y necesidad de triunfo. Capaces de imponer siempre sus increterios dentro y fuera del campo aunque cueste creerlo, son humanos. El cuerpo no se deja gobernar y pasa la factura cuando quiere. Ninguno de los dos parece que puedan pagarla ahora y volver a su mejor momento cuando sus equipos los necesitan tanto. Mal asunto.
Follow
