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Cuando Lisboa fue Madrid o al revés

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madrid bernabeuHan pasado unos días, ni siquiera una semana , suficiente para mirar con calma lo que vivimos la noche en la que España vivió pendiente de Portugal. Los observadores independientes, los que no entienden o no sienten esa elemental llamada de la pelota, siguen entre estupefactos e indignados. No comprenden. Están en su derecho de rechazar o juzgar con parcialidad a este deporte, el fútbol lo acepta y lo permite casi todo. Da igual.

Se trata de una forma de felicidad transitoria que no deja secuelas, no es una droga. Es una manera intensa, feliz o desdichada, de ver la vida pero solo durante un rato. Al límite pero con fecha de caducidad para los estados de ánimo. No hay pena ni alegría a perpetuidad.

La sociedad está muy huérfana de referentes. La educación quiere pero no llega, la religión está de capa caída, cada día hay más análisis y eso es fatal para las historias divinas. La política pasa por un momento opaco y la crisis no deja tiempo ni hueco para la alegría. De pronto aparece un partido de fútbol y propone algo que la gente no puede rechazar, la seducción es irresistible. Acuden gozosos a la llamada sabiendo que, en una de las dos posibilidades, su equipo pierde. Es lo mismo, el fútbol es solo una excusa que promueve la autoestima.

La previa es tan excitante, tan generosa en sensaciones y tan simbólica en imágenes que, solo por eso, ya merece la pena. Luego viene la pelota y los acarrea del lado de la felicidad al del quebranto. Les sube, les baja, agita sus corazones y solo muy al final decide donde pondrá a unos y a otros. Esa indefinición es la llave que los encierra dentro del mundo de la pelota y la que les hace estallar de júbilo o derramar lágrimas sin consuelo. Es la vida en una probeta con forma de estadio. Lisboa fue un espacio anímico que sirvió para que dos sentimientos opuestos y una ciudad, se ofrecieran al mundo a lomos de un balón de fútbol.

Puedo entender a quienes vean una exageración en la puesta en escena o un aparente perfil histriónico en la forma deproducirse por parte de algunos grupos. Sin embargo me atrevo a hacer un alegato en favor de un deporte que tiene las paredes permeables, que jamas pide visados para recibir a la gente y que tiene la capacidad de convocar a millones de personas, para vivir con intensidad la danza de las emociones y el momento inenarrable de un gol fuera de tiempo. Tanto por tan poco, parece una exageración. Según se mire. La alegría y la emoción que la produce, son un bien escaso y el fútbol las reparte sin tasa. Eso no tiene precio, lo pueden certificar los que vivieron la noche en que Lisboa fue Madrid o al revés.