Inicio Opinión Antonio Oliver Messi, el repente mágico o lo fijo discontinuo

Messi, el repente mágico o lo fijo discontinuo

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diez argentinoLa verdadera razón por la que Messi no se parece a Messi no la sabe nadie. No sé si el propio Messi. Está claro, por si alguien lo dudó, que es humano. Vino de abajo y creció ayudado por todos. El fútbol, que siempre es cuidadoso con el talento, lo recibió con entusiasmo. Quien viene a traer argumentos brillantes siempre tiene sitio al lado de la pelota. Fue tan claro su ascenso y tan incontestable su jerarquía que, propios y ajenos, estuvieron de acuerdo en que su condición era la de una estrella. Todos le rindieron honores por su capacidad para resolver, para asociarse y para hacer de un balón cualquiera, una herramienta para fabricar el gol. Imprevisible, resolutivo, creador, dibujante de pases inimaginables, inventor de espacios y señor de todos los terrenos, Messi nos convoca siempre para asistir, en cualquier momento, a un desafío con lo pensado: el repente mágico.

El Barcelona más grande de todos los tiempos lo pensó Guardiola y lo hicieron jugadores, en otros, como Messi e Iniesta. La pasada temporada fue la certificación de que el triunfo es hoja perenne. Cae cíclicamente. El otoño explica lo de las hojas. Lo de Messi y el Barcelona es más complejo. No sé bien si el empobrecimiento del todo afecta a la parte o si, el equipo, acusó la desaparición de Messi. Ya sé que lo normal es un poco de las dos cosas, pero no estoy seguro.

El fútbol es un espacio de eco estrepitoso en el que, cuando algo se anuncia, suena como un trueno para luego, si no se produce, ser tenido como no dicho. Es el monumento a la impunidad del deslenguado. Nos hemos cansado de escuchar a videntes del fútbol y a culés despechados que Messi se había cuidado, haciendo dejación de su deberes de equipo, para ir íntegro a “su” mundial. Solo un rato tardamos en comprobar que el Messi del Barcelona es el Messi que hay, no existe otro.

Algo le pasa a Messi y mejor que tenga que ver con el fútbol y no con el hecho de estar cansado del fútbol. Lo de Brasil era un reto, una excitante prueba para un genio del balón y, sin embargo, el argentino fue a medio trote, casi ajeno y como si aquello le pesara demasiado, no en las botas, en el alma.

Quizás Messi no es feliz. Puede que le haya venido grande el arrastre de su nombre por los juzgados; quizás se cansó de escuchar la versión amarga de su cara B. Puede que Messi, más que la ilusión por un título, lo que tenga ya es un asco en el estómago y se pone malo y se amarga y no se gusta. Es posible, quizás, que no entienda lo que hace jugando a esto todavía y vomita. Es joven pero corrió tanto. Le han empujado tanto, desde dentro y desde fuera, que le cambió el carácter y la cara de niño amable, mudó en la del joven malhumorado que reprende y hace gestos raros.

Lo que le pasa a este muchacho es un misterio. Lo cierto es que después del Mundial, el Barcelona recibe, cómo no, a un grandísimo jugador pero, puede que también, a un ser humano harto de ser referente de todos los referentes y razón de todas las esperanzas. El dinero no saca agua de las piedras ni zurce ánimos destrozados. A Messi le vendría bien un poco de vulgaridad para volver a ser la gran estrella que fue y dejar a un lado ese jugador, fijo discontinuo, del que hoy se duda en medio mundo y ya también en Argentina.