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El Clásico en Manhattan

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20141025_115725Eran las 16:30 en España, las 10:30 en Manhattan. Aquí, en el Smithfield Hall, los aficionados de la peña barcelonista de Nueva York se congregan para ver a la madre de las batallas futbolísticas. En la puerta, escoltando a los yankees culés, un coche engalanado para la ocasión, serigrafiado con los colores azul y grana.

Decido unirme, pero la hora y media de antelación al pitido inicial no es suficiente. Completo, solo socios. Un mapa en la misma puerta me indica el bar más cercano donde disfrutar de un partido de calado mundial, como bien pude comprobar. Calaveras colgadas del techo y telarañas me recibían en la nueva posada. La terrorífica escenografía pareció atravesar los 5.770 kilómetros que me separaban del Santiago Bernabéu y apoderarse de los 11 de Luis Enrique.

 Mi creencia de que los americanos amenizarían el Madrid-Barça con un café fue errónea. Los botellines de cerveza abundaban, y los nachos con queso eran el mejor desayuno. Me americanicé por momentos y decidí no desentonar. Mientras tanto Neymar ya había arrancado los primeros (y últimos) gritos de euforia con el 0-1. No estaba en la peña, pero la mayoría de aficionados culés era evidente.

 20141025_141058Una de las principales diferencias entre aficionados españoles y americanos (aparte de modificar el “uiii” por un “ohh” con cada ocasión marrada) es la del silencio cuando el balón está en juego. Despotricar o acordarse de la madre del contrario suele venir en los genes de un elevado porcentaje de españoles, culés o madridistas. Aquí se aplaude y se celebra sin temor, vistas el color que vistas.

 En la segunda mitad el turno fue para los de blanco. Camuflados, no pude contar a ninguno en el bar, pero se hicieron notar con la remontada de los de Ancelotti. El Madrid jugó a lo que el Barça solía hacer años atrás, arrinconando al rival sin dejar que levantara la cabeza de la lona. Pepe voló para superar el empate de Ronaldo y el gato Benzema volvió a salir de la jaula en el clásico, a su hábitat natural, para certificar una superioridad que empieza a escocer en Barcelona. Ni un Suárez rehabilitado, pero sin el alta competitiva como diría aquel; ni un Messi que falló a su cita con Casillas, pudieron evitar el vendaval de este Real Madrid, que se coloca a un solo punto de los azulgrana.

Terminó el partido y volví a la peña, ahora vacía. Los últimos culés rezagados ahogaban el 3-1 en la barra o compraban camisetas que publicitaban la “Penya Barcelonista de NYC”. Me fui a casa, con un nuevo clásico en la retina. Mientras, los de Luis Enrique volvían a Barcelona, en un escenario que ha dejado de ser nuevo para ellos, y que se ha convertido en una incómoda rutina.