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Juguetes rotos

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desoladosDesirée Amaro.-Entrar en un vestuario es tomar conciencia de la complejidad de las personas, una complejidad que en muchos casos viene derivada de sus historias vitales. Desde que son niños, los jugadores profesionales viven entregados al deporte  y esto además de robarles parte de su niñez condiciona su futuro.

El origen de la vida de un futbolista está en el fútbol base, y en demasiadas ocasiones se da en unas situaciones lamentables, derivadas de la ambición y el egoísmo de algunos Clubs, entrenadores y a veces los propios familiares. Muchas veces se trata a los niños como meros instrumentos para mantener el poder o el posicionamiento en un mundo en el que todo y todos deberían de actuar con honestidad preservando el verdadero interés de los niños,  y así proyectan sus sueños y expectativas de adultos frustrados.

Esto genera una presión en el jugador que puede dar al traste con su carrera y pasar una gran factura personal porque la construcción de la confianza, la seguridad y la autoestima se realiza en edades tempranas. Además, se nos olvida que los jugadores, por encima de todo, son o fueron niños, unos niños que a veces veo surgir en un vestuario profesional pues los delatan sus ojos de decepción.

Sólo un 1% de los jugadores llega a lo más alto, esa es la realidad, pero el deporte es más que eso, es una oportunidad de aprendizaje y de socialización única para los menores, una posibilidad que muchas veces se ve truncada por la ambición de los mayores. Padres, entrenadores  y Clubs convierten a estos niños en juguetes rotos al anteponer sus intereses a los del menor, les ofrecen sueños, oportunidades y expectativas que luego no pueden mantener o que no son reales, lo cual genera frustración y desconfianza, y a veces un daño irreversible en la autoestima y en la seguridad de las personas.

Lo peligroso es que esta experiencia repercute en la vida futura de esos niños, haciéndoles sentir que las promesas que no valen nada, llevándoles a desconfiar de la palabra dada y de las oportunidades ofrecidas, e incluso inoculándoles un sentimiento de inferioridad al creer que no han sabido aprovechar una oportunidad, que en el fondo no era real.

Al entrar en un vestuario y preguntar a los jugadores por su trayectoria, siempre escucho historias de niños que han estado creciendo en soledad, a los que les prometieron lo que no pudieron cumplir, a los que una lesión les hizo cargar con la culpa de que iban a decepcionar a los suyos…

La decepción, la inseguridad y la falta de confianza también saltan a jugar al campo, y en esas ocasiones  veo que conectan con ese niño que fue un juguete roto.