Se hablaba de crisis. De una versión desmejorada (más si cabe) de la era Tata Martino. De una supuesta marcha de Messi, desencantado de Barcelona. La directiva era un polvorín, y la imagen que dejaba este Barça era lamentable a todas luces. Ganaban sin ganar sobre el césped y perdían en campos donde los tres puntos eran obligados.
Llegó el nuevo año, que los culés volvieron a inaugurar con una derrota ante la Real Sociedad. Y a partir de ahí el cambio. Siete victorias consecutivas. Tres de ellas al actual campeón de Liga. La sonrisa de Messi, la (tardía) aparición de Neymar y un Barça desconocido al de otras temporadas salió a escena. Ganando y convenciendo, sí. Pero dejando su esencia, el balón, como actor secundario. Tanto que el propio Luis Enrique afirmó tras la victoria ante el Athletic del pasado domingo que empiezan a sentirse muy a gusto sin el cuero en los pies. Más directo, menos cocción de la bola, más al quid de la cuestión. El gol.
Este arreón del Barcelona ha coincidido con la pájara del Real Madrid. Que pese a seguir líder ha empezado a sembrar las dudas en la capital, donde se habla ya de un gatillazo físico prematuro. Pero ya dijo Di Stefano que ningún jugador es tan bueno como todos juntos. Tan solo falta que se siga debatiendo sobre el cumpleaños post humillación, de la ruptura sentimental del 7 blanco, o de las inertes manos de Casillas para que este Madrid vuelva a sacar el rodillo, como ya lo hizo con sus 22 victorias consecutivas. Hablamos del campeón de Europa, no lo olviden.
Ni el Barça estaba tan mal, como diría Joan, ni el Madrid está bajo tierra como muchos pretenden a principios de febrero. 16 jornadas restan. Las crisis vendrán y se irán, como esa novia a distancia. Y seguirán los debates insulsos que copen las parrillas a horas intempestivas. Pero quedarán el fútbol, que todo lo cura, y los goles. La esencia.
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