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Rus pierde a un portero, que quiso defender a su pueblo como Alcalde

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CAMPOS-RUS--490x578Las palabras nos llevan a todas partes, cuando las usamos para cosas precisas, frías o alejadas de asuntos que tienen que ver con la emoción. Si las buscamos para mojarlas en lagunas de lágrimas o mezclarlas con situaciones que nos hacen un nudo en la garganta, es más complicado encontrar la palabra precisa. Las palabras tienen vida e, involuntariamente, se echan a un lado, se esconden, como si ellas sufrieran también, si las necesitas para expresar una pena. Esa es la razón por la que, ahora que debo escribir de fútbol y del dolor de un pueblo, ando como loco buscando las palabras precisas para decir lo que quiero decir. Tiene que ver con las palabras pero también conmigo. Llevaba tiempo con ganas de conocer a ese portero metido a alcalde. Comprometido, solidario, arriesgado, con dotes de mando y, sobre todo, optimista.

No conocía personalmente a José Manuel pero esos atributos son los que debe tener un buen portero y los que corresponden a una persona que, en su pueblo, se atreve con la alcaldía. He leído, he visto su imagen debajo de los palos y su juventud entre las severas paredes de un despacho municipal. Al final intuí una buena persona y un hombre capaz de cumplir lo que prometía, eso se adivina muchas veces en la forma de hablar y, casi siempre, en la mirada. Amigos de José Manuel me han ayudado a confirmar mis impresiones. Ahora ya sé que mi curiosidad por conocer a este chaval de pasiones tan fuertes, no podrá ser satisfecha. Imagino el dolor de la familia y me han llegado los ecos del profundo dolor de los amigos, de su pueblo. No puedo añadir nada que ellos no hayan expresado ya.

El impacto ha sido brutal y de esa conmoción nacen todo tipo de sentimientos y de expresiones que desgarran. Sin embargo, desde fuera, si puedo dejar un mensaje que me nace de la frustración por haber aparcado mi intención de llamar a José Manuel, para conversar y buscar la razón última que movía su inquietud política y su voluntad de seguir unido a la pelota. He leído y escuchado muchas preguntas sobre el tema y a mí me hubiera gustado hacerle las mías. Ya no va a poder ser, por eso me atrevo a imaginar las respuestas.

Ser alcalde sería para él una forma de realizar lo que, desde mucho más joven, creyó que se podía hacer y que nunca se hizo. Asumir eso era un reto y, quizás, la obligación del joven que sabía lo que su pueblo necesitaba. Podía no haberlo hecho pero, seguramente, le gustaba competir y ganarle el pulso a la desidia y a la crisis pertinaz que amenaza especialmente a los pueblos. Rus era su equipo y en él jugaba a tiempo completo, para él nunca se acababa la liga, siempre había partido. Jugaba al fútbol porque los niños de pueblo siempre empezamos por lo mismo, corriendo detrás de un balón y siguió jugando por la misma razón que cruzó la puerta del Ayuntamiento, porque había que echar una mano.

Es muy triste lo que ha pasado y siento profundamente que la desgracia me haya impedido hablar de sus motivos para poner tanto corazón a las cosas de su pueblo. Ya solo queda comprobar lo clara e imborrable que queda la huella de este jugador de fútbol, que decidió vestirse de alcalde y jugar en una posición de riesgo. El portero, es el último hombre y el alcalde, el primero. Hay que tener mucho valor o mucho cariño para exponerse en dos espacios tan exigentes. El portero vive bajo la presión de organizar a los suyos y con la tensión necesaria para frenar al oponente; el alcalde vive en tensión permanente, soportando la presión de propios y la de extraños. Seguro que si el corazón cedió por eso, José Manuel lo habrá dado por bueno. Si uno cae jugando por los colores que ama, todo tiene más sentido.

Las personas que lo quieren y lo han perdido podrán entender esto, lo que dudo es que les sirva de consuelo. Solo he pretendido dejar unas palabras de admiración y memoria, seguro que insuficientes, pero sentidas y sinceras. Quien se juega el corazón a diario por lo que quiere corre el riesgo de perderlo, estoy convencido que José Manuel lo sabía. Se ha ido de presencia pero no de pensamiento. Siempre seguirá ahí. Siento no haberle conocido. Otra vez llego tarde a lo importante.