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Cuba: Fútbol en el corazón del Caribe

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 Eduardo Grenier.- El auge alcanzado en Cuba por el deporte de las multitudes sorprende a los visitantes, acostumbrados a la gran popularidad del béisbol en la isla.

La noticia está desparramada por los cuatro vientos desde hace décadas. La conocen igual en las orillas del mar Caribe que en la lejana Jaén, allá en la puerta de la hermosa Andalucía: Cuba, país de tierras prolíferas para el tabaco y ron de prestigio, mantiene incólume en sus tradiciones nacionales la pasión por el béisbol, deporte considerado como el pasatiempo por antonomasia de su población. Lo que muchos desconocen más allá de las fronteras de la calurosa isla es que el panorama ha cambiado sus matices en los últimos años. La afición que otrora escuchaba hablar solo de strikes o homeruns ha adquirido, en proceso paulatino, una adicción especial hacia el fútbol, deporte irresistible que nunca tuvo desarrollo en el país caribeño.

Quizás por ello resulte comprensible que muchos visitantes queden desconcertados ante el brutal impacto que puede tener en Cuba un partido de fútbol europeo: ya sea la Liga Española, la Premier, el Calcio o la mismísima Champions League, que se transmite, para suerte de sus miles de fanáticos, por los canales estatales. Lo cierto es que existe una extraña simbiosis entre el béisbol y el balompié. Ambos protagonizan un enfrentamiento deportivo que sobrepasa lo meramente superficial y se convierte en parte indisoluble de la vida cotidiana.

Fútbol cubano: una mirada retrospectiva

Algunos aficionados quedan perplejos al conocer que a inicios del siglo pasado ocho cubanos integraron las filas del Real Madrid. Incluso uno de ellos, Jesús “Chus” Alonso, pasó a los anales del club tras convertirse en el primer jugador en marcar un gol en el mítico estadio Santiago Bernabéu. Como dato curioso, doña Antonia de Yeste, precisamente la madre de Bernabéu, el más laureado presidente que haya pasado jamás por el Madrid y todo un emblema de la institución merengue, era natural de Camagüey, provincia ubicada en el oriente cubano. Fue aquella una época romántica en que el balompié criollo ganaba en arraigo y popularidad al emblemático béisbol en la isla.

Esta «fiebre futbolera» se vio patentizada cuando en 1938 la selección nacional logró incluirse en el Mundial de Francia e incluso superar la primera fase tras vencer a un cuadro de tradición como Rumania, primer conjunto caribeño en lograr semejantes dividendos en este tipo de lides. Sin embargo, pasó el tiempo y la pasión se fue desvaneciendo a modo de desencanto, en detrimento de un alza notable de otro deporte vehemente- el béisbol-que jerarquizó el gusto de los cubanos, gente cuyos genes albergan una alta dosis de música y deportes.

Fútbol por dentro: una estructura defectuosa

La imagen desangelada del Pedro Marrero, estadio nacional de Cuba, es el reflejo más certero al que puede asirse quien busca conocer sobre el fútbol cubano. Entre dificultades, tropiezos y desavenencias la selección nacional sigue sin atrapar la atención de una hinchada que crece a la par de los goles de las ligas europeas. Es menester entonces preguntarse qué ocurre para que el fervor futbolero de toda una isla se produzca solo mediante el infinito vidrio de un televisor y no tenga el impacto deseado en el ámbito nacional.

Evidentemente la liga cubana, una de las pocas amateurs que se mantiene en el mundo, queda bien lejos de mostrar a los espectadores un fútbol de calidad. Entre las pésimas condiciones de los terrenos (en su mayoría demacrados por los años, con gradas pequeñísimas que apenas pueden acoger más de mil personas) y la desorganización reinante en su estructura, la famosa “luz en el fondo del túnel” aún no se divisa en tierras criollas. El campeonato cubano cambia su formato tan asiduamente que resulta imposible que la afición le tome el pulso. El nivel de información es tan efímero que la prensa apenas puede darle cobertura, consecuencia acentuada pues el béisbol atrapa un mayor interés, dada la mayor calidad su torneo.

No habría que explicar mucho más si se le echa un vistazo a la temporada que se disputa por estos días en el país antillano, una competición que reúne un equipo por cada provincia del país, y que en su versión élite acoge 12 conjuntos. Para clasificarse a dicha instancia, se efectuó un torneo de ascenso en el cual los equipos debieron jugar un día sí y otro no, un calendario extenuante e inexplicable que desató muchas críticas a los organizadores por tratarse de una medida abusiva y nociva para la salud de los jugadores.

Por si fuera esto poco, ya en la llamada “Primera División”, el descanso de los jugadores se mantiene en menos de ¡48 horas! entre una jornada y otra. Sencillamente inhumano y antideportivo. Sin embargo, el ser una liga que se disputa prácticamente en silencio exime de culpas a los responsables de este desastre.

Los leones del Caribe y su sueño mundialista

La selección nacional, esa que un día consiguió incluirse en la fase decisiva de un mundial, hoy divaga como una de las escuadras más débiles incluso en la región de CONCACAF. Su rendimiento inestable ha deshecho las esperanzas más remotas de asistir nuevamente a un evento de envergadura. ¿Las razones? La ya manida causa del desastroso manejo de este deporte por parte de la Federación, las deserciones de los atletas, quienes declinan seguir vistiendo la franela roja por incursionar en otras ligas del Caribe donde son mejor remunerados, así como las terribles condiciones de las canchas.

A pesar de todas estas notas negativas, no han faltado momentos en que la selección de las cuatro letras haya mostrado, al menos de forma fugaz, un nivel superior de juego. Así, en el año 2006, al mando del técnico peruano Miguel Company, los leones fueron un duro escollo para Costa Rica en las eliminatorias rumbo al Mundial de Alemania, a tal punto que los ticos clasificaron merced del doble valor del gol como visitante (2-2 en La Habana y 1-1 en San José). En Copas del Caribe ha consumado actuaciones destacadas, incluyendo la corona en el 2012 con victoria en la final sobre el rocoso elenco de Trinidad y Tobago, mientras en Copas de Oro superar la primera fase se celebra como un hito.

Más cercano en el tiempo, en el 2016, fue anfitriona del elenco nacional de Estados Unidos en histórico amistoso ganado por los norteños, pero en el cual los criollos dejaron muy buenas sensaciones. Este partido, por su extravagante cobertura mediática en los medios extranjeros dadas sus connotaciones extradeportivas, permitió demostrar la importancia que reviste el balompié en la cotidianidad cubana.

Una pasión sui generis

El entusiasmo con que se vive en Cuba el fútbol es un fenómeno difícil de explicar. No basta con describir que la gran mayoría de la afición divide sus preferencias entre Real Madrid y Barcelona, ni que existen muchísimos simpatizantes del Bayern Munich, la Juventus, Milan, Inter, Manchester United, Chelsea y otros tantos colosos europeos. Este es un detalle vano teniendo en cuenta la forma especial con que se disfrutan los partidos. Grandes futbolistas que han venido en los últimos años han quedado anonadados con el fervor que notaron. El mítico ángel madridista, Raúl González Blanco, expresó: “Estoy sorprendido. Mucha gente del Real Madrid y mucha gente del Barcelona. La rivalidad es increíble”.

El mismísimo astro Pelé, durante su visita a La Habana en 2015, reconoció que “el fútbol es la mayor familia del mundo, porque une a la gente, y es una alegría muy grande que Cuba se haya abierto a él, estoy muy feliz por las muestras de cariño que me ha dado la afición cubana”. Sin embargo, el torbellino futbolero de los últimos años en la Isla no es para nada fortuito. A la debacle beisbolera (Cuba cuenta en este deporte con 3 coronas olímpicas y 25 mundiales) se le suma la inclusión de las principales ligas europeas en la cartelera de transmisión de los canales públicos.

Cada vez que transcurre un evento de primer nivel las calles se transforman en pequeños estadios con todo tipo de elementos coloridos en alusión a los equipos de preferencia de la gente. Así, durante un Mundial, lo mismo se puede ver un cartel con “Argentina Campeón” que una bandera de Brasil colgada en las puertas de las casas. En el caso de los clubes el fenómeno es aún más emocionante. Los clásicos Real Madrid- Barcelona se viven como días de fiesta en Cuba. Los fanáticos -ya sean culés o merengues- se reúnen en bares, cines y parques a observar los partidos en conjunto. Con los goles se alcanza el frenesí de los aficionados mientras las derrotas influyen notablemente en el ánimo de las personas.

Hace unos días, el periodista catalán Carles Fité definía la rivalidad Madrid- Barça en Cuba como “muy pasional, cuestión de vida o muerte casi. Cuando visité La Habana me sorprendieron los debates Messi- Cristiano”. Álvaro Kirkpatrick, cónsul español en la isla y presidente de la Peña Madridista de La Habana fue más allá, y aseguró que “empiezo a pensar que el interés por el fútbol en Cuba es incluso más apasionado que en España, posiblemente por la forma de ser y de vivir la vida de los cubanos. Por ejemplo, varios socios de nuestra peña tienen tatuados en su cuerpo el escudo del Real Madrid y/o la cara de Cristiano Ronaldo. Hay socios que no prueban bocado si el Real Madrid pierde”.

El fútbol es así, un sentimiento que está intrínsecamente ligado al ritmo de la vida. No exagero cuando digo que las personas más jóvenes prefieren ver un partido de fútbol de la Liga Española antes que uno de béisbol, por más que eso duela a los más tradicionales seguidores de este deporte que, valga decirlo, tampoco ha perdido su arraigo y popularidad en Cuba.

Solo puede ser este el inicio de un largo camino que lleve ¿por qué no? al fútbol cubano a conseguir el sueño de su afición y concretar un propósito utópico a día de hoy: clasificar a un Mundial. Imposible no es. Los cubanos son personas difíciles de detener cuando se proponen algo.