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El nuevo Valencia de Marcelino

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 Eduardo Grenier.- Dos jornadas son insuficientes para juzgar si un equipo va por la vereda correcta -o la torcida- en una liga de fútbol. Menos aún si la liga en cuestión es la española, la mejor del mundo. Sin embargo, un breve repaso a lo visto durante la primera jornada de competencia en Mestalla y el pasado domingo en el Bernabéu, basta para percibir lo que ya es un secreto a voces: el Valencia ha gritado a los cuatro vientos que quiere volver a ser el Valencia. Una excelente noticia, sin dudas, para refrescar el verano a orillas del Turia.

Puede que estas impresiones tempraneras no sean más que un espejismo. Si algo ha perdido el Valencia en los últimos años es la confianza de sus aficionados. Pero obviando todo esto, lo más seguro a día de hoy es que el conjunto de Marcelino tiene muy buena pinta. Evidencia solidez en todas sus líneas y, ¡por fin!, carece del espíritu derrotista que ha sido factor común durante las últimas campañas.

Precisamente Marcelino García Toral, el experimentado técnico asturiano, es el eje alrededor del cual gira la necesaria revolución en la entidad che. Al menos en la parcela deportiva. Otros aciertos en la dirección del club también tienen relevancia – como la incorporación de Mateu Alemany en el roll de director general. Pero, sin dudas, Marcelino es el capitán a cargo de enrumbar, de una vez, el casi hundido barco de Peter Lim. Tal vez sea la mejor y más meditada apuesta del magnate de Singapur desde que tiene en sus manos las riendas valencianistas.

¿Qué aporta Marcelino? Primeramente prestigio en el banquillo. Los jugadores saben que están respaldados por un grandísimo entrenador, que ya luce resultados importantes en su currículum y un hombre cuyos equipos no solo ganan, sino que además lo hacen jugando bien al fútbol. Hace dos años el destino le jugó una mala pasada en Gijón. Ha sido su gran pecado. El de él, y el del Villarreal, que más por orgullo que por convicción lo terminó echando, y hoy le extraña. La conclusión de todo esto es que el Valencia y Marcelino se necesitan mutuamente. Marcelino es temperamento y confianza; el Valencia es grandeza e ilusión. Justo lo que busca el uno del otro para cicatrizar las heridas del pasado reciente.

La plantilla, por otra parte, no muestra demasiadas fisuras. En el fútbol, más que el talento, se aprecia la elegancia. Carlos Soler, por si acaso, tiene ambas virtudes. Es el jugador «diferente». Hace y deshace lo que se le antoja en el medio campo, es hábil y atrevido. Quizá su insolencia es lo que desata el fervor de la exigente grada de Mestalla. Si permanece en el equipo, será un sorbo de calidad que por muchos años disfrutarán los valencianistas.

Del resto, poco que comentar. Plausible, eso sí, la confianza de Marcelino en el fruto de Paterna. Tantos jugadores talentosos han salido de la cantera che en los últimos tiempos que el equipo luce un cariz distinto, renovado. Aúnan dos factores claves: juventud y amor al escudo. Toni Lato, Ignacio Vidal, Nacho Gil, José Luis Gayá. Una panda de “descarados” que hacen de Mestalla el templo de los «ooohhh» ante cada jugadita fuera de lo común. No necesitan presentación.

Resta esperar porque el buen inicio sea un empujón a la consecución de retos mayores. La liga española necesita al Valencia. El Valencia y su gente necesitan un buen año para olvidar de una vez ese cartel pasajero de “equipo decepción” que se colgaron en los últimos tiempos. Si la espiral funciona bien, en mayo celebraremos el regreso de un grande. Una afición como la che lo merece.