Inicio 1ª División Cristiano y la demagogia de los clichés

Cristiano y la demagogia de los clichés

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Eduardo Grenier. Cuba.- Siempre creí que los clichés eran frases que, en el fondo, carecían de fundamento. Pensé que no pasaban de una especie de digresión empleada para matizar el discurso con una pizca de lenguaje popular y fortalecer el mensaje. Pero me equivoqué. Los clichés ganan en importancia precisamente por eso, por el mérito de haberse convertido en clichés. Vamos entonces a uno de los más empleados: “Los jugadores de fútbol tienen que partirse la cara por sus equipos”. 

En Periodismo, valga decirlo, los clichés pueden resultar nefastos. Sin embargo, es necesario este breve preámbulo para comprender la trama en que nos adentramos. Siempre se dice que el futbolista entregado es el que nunca deja de correr, el que suda la camiseta durante 90 minutos, el que no teme a poner en riesgo su integridad física si puede beneficiar los intereses de su equipo.

Acudimos, entonces, a una situación excesivamente triste. El pasado domingo, ante el Deportivo de la Coruña, Cristiano Ronaldo se partió la cara. Lo hizo, literalmente, como dice la manida frase. Recibió una patada –involuntaria, cierto- justo al lado de su ojo izquierdo cuando cabeceó un balón que envió directo al fondo de la portería del Depor. Su pómulo estalló en borbotones de sangre y el portugués debió marcharse del campo, no sin antes haber cumplido con lo que siempre se le pide: partirse la cara por el escudo del Madrid.

Justo cuando se retiraba del campo entre vítores del Bernabéu, el crack luso pidió un teléfono móvil para, entiendo yo, descubrir la magnitud de su herida. ¡PAFF! Ahí explotaron las críticas engendradas por la sabiduría de algunos genios. Comenzaron a llover críticas y lecciones de humildad. Se rompió el cliché. Todo lo que pudo ser una oda al fútbol quedó en un espejismo porque la detracción así lo quiso.

Entonces me viene a la mente una frase que aprendí en la niñez, la de la gata María Ramos, quien tiraba la piedra y, antes de que alguien sospechara de ella, escondía sigilosamente la mano. ¿Acaso es un delito mirarse una herida abierta al marcharse de un campo de fútbol? Yo me he pegado mil y un golpes en el rostro y, antes de dar un grito de dolor, corro hacia el espejo a ver si hay sangre. Así es el instinto humano. Pero Cristiano Ronaldo no lo puede hacer, porque enseguida aparecen los purificadores de nuestra especie para tacharlo de narcisista o vanidoso.

Cristiano se partió la cara, sí, como se partió Messi la boca en un Clásico y, cuando muchos no apostábamos un duro por él, le hizo un descocido a la defensa del Madrid con un algodón entre los dientes. Por eso son los dos mejores jugadores del mundo, porque les importa un bledo ser dioses sobre el césped y, si es necesario, regalan su sangre por el escudo que defienden. Quienes no lo entiendan así, por favor, dejen de jactarse recitando clichés que, aunque carezcan de fundamento en ocasiones, ensombrecen la credibilidad de quienes lo emiten.