Inicio Opinión Antonio Oliver Torres: el deseo, el corazón y la razón

Torres: el deseo, el corazón y la razón

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Torres ha hecho lo más difícil. Ha dicho no, a la propuesta del Real Jaén. Lo ha hecho porque el fútbol tiene cosas muy malas pero, de vez en cuando, muestra caras que dignifican al fútbol. Podía haber aceptado. Hay casos en los que esto ya está estipulado y es legítimo. No sé si este era uno de esos casos. De cualquier forma aquí la voluntad ha sido clara.

Sin perder mucho tiempo en el tema de moda estos días en Jaén creo que, el de Torres, es un buen ejemplo de lealtad. La lealtad se demuestra siendo leal. Lo demás es literatura épica y verbo de soldado amateur. Me consta que a Torres le ha costado mucho decir no, a un club que le ofrecía más en casi todos los aspectos. Un club al que respeta y al que ha defendido. No cabe duda de su disposición previa.

Torres sabía y eso le animaba, que al Real Jaén, lo que le hacía falta se lo podía dar él. Torres es un entrenador que conoce el lenguaje y que siempre dice lo mismo, ante una misma situación. El futbolista valora mucho que no le mientan. Ese es un valor fijo para el vestuario, para cualquier vestuario. da igual la categoría.

Torres era consciente de que podría llevar al Real Jaén al ascenso. Era una oportunidad personal, económica y deportiva. Nada fácil de rechazar. Este entrenador sabía tantas cosas que, su primer impulso, fue decir sí al club por el que jugó, como antes lo hizo su padre. Sin embargo se paró en seco y echó sobre el tapete de pensar las cosas que tienen que ver con el corazón, con el deseo y con la razón.

Podía haber cumplido el deseo de ver al Real Jaén desde el banquillo, como ya ha visto al Linares. Ascender al Jaén, como ya ascendió al Linares. Sería el primero en contar esa historia. Era, sin duda, algo muy tentador para un técnico joven. Me pongo en su lugar. Nada puede apetecer tanto. Hay que ser muy valiente para decir que no, a algo que te puede cambiar la vida como técnico.

La noticia del interés del Real Jaén por Torres no me extrañó. Como no me ha extrañado su respuesta. Le conozco hace mucho tiempo. Como conozco a los jugadores, hoy entrenadores, que se criaron en el respeto a la palabra dada. Imagino lo que le ha pasado por la cabeza a Torres y las tensiones que ha vivido hasta decidir. A más criterio, más dificultad.

Lo que ha hecho es sencillo pero doloroso. Poner, por delante de sus deseos y de su interés personal, a su actual equipo. Torreperogil es un club modesto. Un club modesto que le llamó para hacer una buena temporada y con el que, felizmente, ha hecho una campaña “milagro”. Tiene al equipo casi metido en ascenso. Lo fácil hubiera sido esgrimir eso y salir del club. No. Se queda. Algo incomprensible para algunos.

Hay cosas que no se pueden ni medir, ni pesar ni contar.  Torres es una simbiosis entre lo racial de su padre, un delantero total, eficaz y de lucha, y un jugador/entrenador de pensamiento frío, equilibrado y de pausa. Si juntas eso, aparece un discurso serio y una mirada de futuro. Torres mira más allá y para hacer eso se necesita el respeto que se labra con decisiones difíciles, con renuncias que cuestan mucho y que, no siempre, se entienden.

El joven entrenador del Torreperogil ha renunciado a una oportunidad excitante. Renunciando a eso, que no es fácil, ha ganado cosas más importantes. Tiempo para seguir creciendo y, en Torreperogil y en el fútbol, una imagen de profesional que valora lo que es recto en cada momento.

Probablemente hoy, después de lo que ha hecho su entrenador, el Torreperogil es un equipo invencible. No hay refuerzo más grande para un vestuario, que el de la seguridad de tener un jefe de idea inquebrantable.

Torres ha hecho, exactamente, lo que debía. Pero, para mí, no tiene mérito. Conociendo al personaje, su condición, le impedía hacer otra cosa que lo que le ordenaron, a la vez, la razón y el corazón. Lo fácil era irse, lo difícil era seguir en su puesto y cumplir hasta el final. Ahora que en Jaén se habla tanto de eso, Torres ha dado una lección de lealtad. Es una virtud… o cuando renunciar es de valientes. Felicidades Antonio para mí, nada raro, hijo de tu padre.