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El Sportinguismo: un sentimiento de Primera

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Eduardo Grenier. Cuba.- Cuando el árbitro extiende sus dos brazos hacia adelante y se lleva el silbato a la boca, El Molinón percibe al instante el advenimiento de tiempos infernales. La grada está llena. Como siempre. Sin embargo, esta tarde infausta de domingo da una sensación de vacío extrañamente triste, quizá provocada por el sepulcral silencio del fracaso, y llega entonces la duda de si las imágenes en cuestión pertenecen realmente al feudo sportinguista.

A decir verdad, El Molinón siempre ha sido un estadio diferente, aquel que todos quieren visitar, una cancha donde el fútbol se huele hasta en la brisa que golpean las bufandas en su vuelo; un recinto donde se ríe, pero también donde los niños secan sus lágrimas con pañuelos del Sporting tras las derrotas de su equipo, porque sienten que le arrancan un pedazo de su alegría. Así es el sentimiento de la gente en Gijón con su equipo de fútbol, expresado de forma vehemente, pero sin alharacas ni grandes excentricismos. Un sentimiento especial.

Hace exactamente un año se consumó la pesadilla para el sportinguismo: otra vez habría que lidiar con la terrible Segunda División, tras un descenso sufrido en una campaña para el olvido. El Sporting es, de más está aclararlo, un equipo de Primera. Sin embargo, esa cuerda tan endeble que separa a los equipos de la parte baja de la tabla con el lodo de la división de plata, se torció un día y todos se concienciaron de que habría que volver a construir la leyenda.

El pasado mes de mayo, tras una nueva lucha, fue el Valladolid el que arrancó las esperanzas de las entrañas de Mareo, al vencer en los play off a los de Baraja. Y el punto de partida vuelve a ser el sótano indeseado.  Sin embargo, no es el Sporting un club que se rinda. No baja los brazos, como no baja la voz su afición para animar casa partido en El Molinón, o en las canchas de Mareo, esa cantera infinita que desprende beldad desde sus canchas. Fraguar una nueva historia desde la Segunda es, vaya paradoja, una nueva oportunidad para gritar una vez más a España toda la grandeza de un club cuya mayor baza es el amor que le profesa su gente, la Mareona.

El equipo ha vuelto al ruedo. El Pipo, ese eterno guerrero que iluminó a España durante su etapa como jugador, ha consagrado nuevamente sus conocimientos al banquillo rojiblanco. Las ilusiones, de momento, se renuevan de forma vertiginosa. No se necesitan fichajes rimbombantes para poner en pie de guerra a una ciudad que sueña con volver a la máxima categoría. Con el fruto de casa los éxitos se saborean aún más.

Por eso el enamorado incorregible del fútbol se siente identificado con el equipo grande de Gijón, aunque no sea ni siquiera asturiano. Hay clubes que inspiran tal simpatía, como este, una familia donde todos intentar remar en la misma dirección; un sentimiento que une y se transmite de abuelos a nietos.

Y surge la pregunta, ¿qué es el Sporting? Simple. El Sporting son los chavales que se dejan la piel en las canchas de Mareo para alcanzar un sueño; esos guajes que entrenan día y noche porque debutar un día en el Molinón es su gran ilusión. El Sporting es, sin dudas, la Mareona que lo rechaza todo para ir de la mano de los suyos, la que empuja con más fuerza tras la derrota. El sentimiento es contagioso, como diría uno de los grandes sportinguistas que inundan el coloso rojiblanco cada fin de semana, en este club no vale rendirse, solo se puede bajar la cabeza para besar el escudo. Describirlo es innecesario… basta con sentarse en un palco de Mareo y respirar.