Uno de los campos donde más difícil, históricamente, había sido puntuar era el viejo San Mamés. Los más grandes equipos de Primera se topaban con el rugir de los leones y no eran pocos los enfrentamientos ligueros en que volvían a sus feudos de vacío. Desde que se estrenó el Nuevo San Mamés, hace ya un póquer de años, los desplazamientos a Bilbao parecían más asequibles, pero aún así costaba ganar.
Y, ahora, con Berizzo la empresa parece haberse complicado. La primera parte del cuadro bilbaino fue muy buena, y el cuadro de Lopetegui padeció la furia local. Así, llegó el primer tanto del partido, hombre del siempre joven Iker Muniaín, que parece llevar jugando a esto del balompié al alto nivel casi una década, pese a su insultante juventud.
Quiso el Madrid hacerse dueño del partido tras el varapalo y lo consiguió. Pero, en frente, estaba Unai Simón, otro excepcional meta de la cantera de Lezama. Él hizo buenas paradas, y el Madrid no acababa de hincar el diente a los vascos.
En la segunda mitad, Lopetegui dio entrada a Casemiro (como pudo dejar en el banquillo al principal ‘stopper’ blanco es algo que uno se pregunta) y al malabarista Isco. El malagueño hizo el empate a pase de Gareth Bale, que no brilló en la catedral del fútbol.
Justamente, Bale fue cambiado en el minuto 70 por Lucas Vázquez, y ahí se apagó, prácticamente, la inquina ofensiva blanca. No parece lo más acertado cambiar a tu jugador más peligroso, por muy mal que esté, cuando quieres sumar los tres puntos. No fue, por tanto, el mejor partido del Real Madrid y se apreciaron las primeras decisiones, no tan acertadas, digamos, del míster Lopetegui.
El Barcelona sí sumó los tres puntos. Sería una tragedia para las ansias ligueras ir a remolque del eterno rival. Pero, siendo justos, un empate en la Catedral no es un mal resultado. Y la imagen del equipo fue muy buena a ratos. El miércoles, llega la Champions. Llega la AS Roma de Monchi.
Fotografía: Realmadrid.com