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El Real Jaén vuelve a su idilio con la Copa y elimina al Alavés (3-1)

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Esta es la razón por la que el fútbol sacude los corazones y estremece las moles de cemento. El fútbol iguala. Da lo mismo que nuestro equipo sea un modesto de la Tercera División. La pelota siempre ofrece una segunda oportunidad. Anoche el Real Jaén no ganó un ascenso ni logró una permanencia. Da igual. Ganó el derecho a soñar. No se trata, qué más quisiera Jaén, de una solución definitiva. Sin embargo estas noches sirven para apuntalar la autoestima, para desempolvar el orgullo deportivo y comprender que hay que sacudir el polvo de muchos años, abrir las ventanas y dejar que el aire nuevo limpie todo y traiga soluciones diferentes para terminar con los problemas de siempre.

El Real Jaén, su entrenador y los jugadores que manda, ayer salieron a pelear con la fe entre los dientes y con todo el fútbol que les permite el miserable verde pistacho en el que juegan . Ese terreno es siempre un aliado para el contrario pero anoche, el contrario también sufrió y tuvo que jugar en un campo hecho de trampas para los tobillos y el fútbol y casi a media luz.

El equipo de La Victoria se sacudió las penurias y la precariedad para a hacer lo que tenía que hacer. Ir antes, presionar siempre y, con el balón, tratar de dibujar un fútbol que evitara el mando de los alaveses. La conciencia del plan trazado, el acierto al cumplirlo y la eficacia al definir algunas de las ocasiones que tuvo, le dieron al Real Jaén la felicidad de jugar un partido, sin caer en la exageración, bastante plácido teniendo en cuenta la altura de un rival que guardó muy poco de su arsenal futbolístico.

Quizás lo menos importante sea el desarrollo del juego. Es fútbol. Son lances. Sensaciones que atenazan a unos y conceden alas a los otros. Lo que destaca y lo que deja huella es la reedición de las gestas que empezaban a palidecer, por antiguas, en la memoria de los jienenses. Otra vez la emoción en la garganta. De nuevo los equipos de Primera saliendo de rodillas del Estadio de La Victoria. Los abrazos de los niños a sus padres. Las bufandas y los besos al escudo. Las lágrimas de los más viejos de la grada porque ya no creían posible volver a vivir una noche mágica de Copa.

El fútbol es una palanca que catapulta las emociones. Nada es para siempre y la realidad del Real Jaén sigue siendo igual de incierta e igual de dura pero con la ciudad dormida, muchos corazones permanecían despiertos. Repasaban los goles y, sobre todo, revivían los pulsos acelerados del corazón cuando el árbitro pitó el final y se alzó, otra vez, el telón que nos da derecho a ver ese teatro de sueños que el fútbol nos regala. Es un milagro.

Es una felicidad transitoria, cierto, pero nada se disfruta tanto como aquello que sabemos efímero. Ojalá que la orquesta de latidos, que el calor de los abrazos y que las lágrimas de dicha que ayer se volvieron a vivir en La Victoria, sean el preludio de un tiempo nuevo. Ese tiempo en el que ardan en la hoguera purificadora del futuro inmediato, las malas acciones que han llevado a este club a donde está. El Real Jaén lo merece. «Qué buen vasallo si hubiese buen señor».