La Supercopa es un invento, otro más del fútbol como máquina de hacer dinero. Los clubes no se oponen, los jugadores acatan y las aficiones tienen su ración, hasta el empacho, de los mejores partidos de la época servidos cada mes y medio. Todo es un disparate porque más partidos no significa que se vea mejor fútbol. Se ve fútbol a puñados y muy poco fútbol de calidad.
Los jugadores no son máquinas pero, curiosamente, los aficionados critican al entrenador que hace las rotaciones necesarias para no matar a «las gallinas de los huevos de oro». «Siempre deben jugar los mejores» dice el público soberano, como si los mejores estuvieran hechos de acero inoxidable y pudieran pasar de 40 a 80 partidos sin notarlo.
La imagen poderosa, «glamurosa» y casi indestructible que proyectamos de esos dioses del mundo moderno, los coloca en una posición de debilidad. Siempre se les pide más pero solo son personas a las que, la pasión de todos por el fútbol y su talento, ha hecho millonarias. Ser millonario, por desgracia para ellos, no sirve para hacer milagros y a los genios del balón se les pide un milagro cada noventa minutos. Son ricos pero no magos y eso se nos olvida.
La Supercopa, que Rubiales nos vende como una cruzada en favor de la mujer en el mundo árabe, es un trastorno para Valverde y Zidane.
A los clubes y a la Federación les sirve para el negocio. A los entrenadores solo para recuperar algún lesionado de cara a La Liga y para interrumpir una línea de trabajo semanal que les concedía el calendario. Real Madrid y F.C. Barcelona marchan en cabeza y saben que esto puede ser una lucha sostenida entre ambos hasta el final. Este invento les distrae de los grandes objetivos. No tienen nada que ganar. El título es un engendro, una minicosa de dos partidos que, sin embargo, a los perseguidores les viene bien para completar su metamorfosis particular. El Valencia C.F. para ver si culmina su reacción con Celades al frente y al Atlético de Madrid para que Simeone avance en su transición. De todas formas lo deportivo queda muy en segundo plano. Creemos que compramos fútbol pero solo nos venden partidos, muchos partidos. Como ir en busca de oro y comprar pirita. Relucen casi igual pero no son lo mismo.