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Aquellos kamikaces de Gran Canaria

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Eduardo Grenier. Cuba.- El fútbol tiene cosas inexplicables. Un día va y te deleita con su estética inmensurable y al otro te pega una cachetada con una de sus grandes locuras. Es fútbol y, por ende, dudo mucho que haya que hojear el diccionario en busca de palabrería para definir este despropósito de deporte.

Que lo digan los hinchas de Córdoba y Las Palmas, devorados por un sinsentido mayúsculo aquella tarde infausta en el césped del Gran Canaria. Reitero: el fútbol es un gran dislate. Resulta una perogrullada. Recuerdo con nitidez aquel trance grotesco cuando la Segunda División engullía el último partido de su calendario y de paso arrojaba la tercera y última apuesta para disputar la máxima categoría en la temporada siguiente. Entonces sucedió el milagro.

La gente, que de inocente tuvo poco entonces, decidió convertir los últimos minutos en un infierno. Brincaron de sus puestos, quisieron invadir el campo, pusieron en peligro la integridad del espectáculo y el árbitro se vio obligado a detener el partido. Faltaban segundos para concluir. Reza un viejo adagio que quien espera lo mucho, espera también lo poco. Pero unos cuantos hinchas de Las Palmas quisieron convertirse en el centro del festejo.

Quizás fue el alcohol. En esas circunstancias, bien lo sabemos, el porcentaje etílico sobrepasa los límites de lo sensato. Y entre la absenta dormida en las venas y el arrebato del momento, echaron a perder un triunfo para la historia. Cuando volvieron, Ulises Dávila obró el milagro y mandó a las redes el balón que dio el ascenso al Córdoba.

Gran Canaria pasó de manicomio a cementerio. La pequeña mancha verde de aficionados andaluces ni siquiera se sentía. Lloraban. Tras más de cuatro décadas, volvían a la máxima categoría después de uno de los finales más estrambóticos de la historia de este deporte. La gente de Las Palmas sufría también el peso de sus lágrimas, pero de impotencia, de hundimiento, de saberse culpable de un fracaso que permanecerá incrustado en su memoria hasta que los niños de hoy peinen canas. Y más.

A veces subvaloramos el papel de las aficiones. Animar no es socavar las reglas básicas de un deporte cuyo significado evade las barreras de lo común. Los hinchas que interrumpieron el partido fueron los kamikazes que llevaron la tragedia a las Islas. Arrepentidos, cargaron con el peso de su culpabilidad. Pero el fútbol, que es tan grande, quiso perdonarlos y poco tiempo después les obsequió el ansiado ascenso.

22 de junio de 2014. Hay fechas que nunca se olvidan.