Inicio Opinión Antonio Oliver Juan José Martínez López «Pipiolo»: Quien le conoció lo quiso

Juan José Martínez López «Pipiolo»: Quien le conoció lo quiso

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“Pipiolo” nació una mañana en la que Juan José Martínez López, con pocos años, estaba sentando en el escalón de su casa. Por allí pasó alguien que al verle, pequeño, con cara de frío y vestido solo con unos pololos dijo: “Pareces un pipiolo”. Del bautizo formal se encargaron sus amigos que, al escuchar que parecía un pipiolo, decidieron que en adelante ese sería su nombre. Así fue cómo el pequeño Juan José se convirtió en el entrañable, querido y recordado Pipiolo, “Pipi” para quienes le sentíamos como alguien cercano, nuestro.

Los últimos recuerdos que tengo de “Pipiolo” están ligados a la figura de Antoñete. Pipi le acompañó en los últimos años de su vida. Iban juntos y siempre regañando. Cada vez que nos cruzábamos en la calle o en mi trabajo, cuando venían a visitarme, me recordaban a Quijote y Sancho. Uno, perdido en evocaciones de otros tiempos y en sueños de fútbol en los que rememoraba épocas felices y el otro, continuamente, tratando de ponerle los pies en el suelo, recordando las cosas que podía hacer o no hacer. La hora de sus medicinas o el momento de recogerse. Sin embargo, en realidad, Pipiolo era una mezcla perfecta de  «hidalgo y escudero». Tenía los pies firmes sobre la tierra pero su alma era fácil de inflamar por sueños y quimeras. Un romántico con apariencia de hombre duro.

Creo que, de alguna manera, Antoñete y Pipiolo eran imprescindibles el uno para el otro. Dos piezas que, al encajar, formaban un mecanismo perfecto que empujaba a los dos. Se tenían mucho cariño. Se daban la réplica y uno apostillaba al otro con la precisión de consumados guionistas. De pronto, no recuerdo bien los tiempos, se fue uno y después el otro. Sentí un vacío de afectos que, cuando les recuerdo como ahora, se vuelve real otra vez.

A Pipi lo conocí una mañana en la que yo había tenido una agria trifulca radiofónica con cuatro directivos del Real Jaén. Cuando terminó el programa me llamó Pipiolo, al que no conocía de nada, y me dijo que si podía ir a verme. Pasó por la radio y hablamos: “Lo que han hecho esta mañana esos tíos es de poca vergüenza, de malas personas. Cuatro hablando a la vez para que no pudieras hablar tú. Acabas de llegar a Jaén, pero aquí nos conocemos todos y esos son unos mangantes”.

El tiempo me demostró que por lo menos tres de los cuatro lo eran, pero ese es otro tema. Tomamos un café y Pipi me contó su vida: “Nací en el barrio de la Merced. Me crié ahí y crecí jugando en los patios del seminario. Les echaba una mano a los curas. Ayudaba en tareas del internado. Era como si fuera mi casa. Estuve siete años de monaguillo”.

Siete años de monaguillo…aquel relato me recordó pasajes de la literatura española en los que se retrata perfectamente a gentes con las que trató Pipi en su infancia. Sufrió a algún “Domine Cabra” y el jugó con la picardía de un “Lazarillo de Tormes” jaenero.

Le gustaba el fútbol. Sentía pasión por el Real Jaén. Esa mañana hablamos de Ruiz Sosa, de Blas Manchado y de un chavalín de la cantera  del que Antoñete le había dicho: «No es muy alto pero es muy bueno». Era Toto. El equipo estaba en pretemporada y el Real Jaén probaba a un balcánico, yugoslavo, al que Pipiolo le veía cosas interesantes: «Es rápido, tiene disparo y muy buena técnica». Al final no se quedó.

La charla de fútbol era muy pedagógica para mí porque Pipi conocía los entresijos del Real Jaén.  Se llevaba bien con Ruiz Sosa y conocía mucho a personas con las que yo, recién llegado a Jaén,  empezaba a relacionarme. Sin embargo a mí me interesaba saber más cosas de mi recién estrenado amigo y casi le hice una entrevista: “Mi padre enfermó cuando yo tenía doce años. Dejé la escuela y trabajé en un tejar. Trabajaba diez horas al día y cobraba quince pesetas a la semana. Dos años más tardes, cuando yo tenía catorce, murió mi padre. Eso fue muy duro pero fue peor porque mi madre también estaba enferma y yo era un crío”. Pipiolo me contaba esto y no podía evitar que el recuerdo le trajera imágenes y lágrimas. Fue el momento en el que consideré que había que cambiar de tema y hablar de fútbol.

Me interesé por su relación con la pelota:“A mí el fútbol me ha gustado de siempre. Jugué en varios equipos de Jaén y en el Priego de Córdoba tres temporadas. Saqué el título de entrenador para poder entrenar, que también me gustaba, y en Mallorca acabé siendo segundo de Martín Vences en el At. Baleares”. 

Pipi también estuvo relacionado un tiempo con el Real Jaén como trabajador pero la situación no le permitía mantener a su familia y decidió salir de Jaén: «Fue una época muy feliz, aunque con algún disgusto también, pero estaba en mi salsa. Siempre me relacioné bien con los futbolistas. Confiaban en mí. Hacía mi trabajo de mantenimiento o de utillero con los juveniles y lo que sabía o escuchaba se quedaba ahí. Nunca me tuvieron que llamar la atención por sacar cosas fuera».

Antes ya había estado en Pamplona y su segunda etapa de emigrante le llevó a Mallorca, una tierra que le dio trabajo y fútbol.  Allí se encontró con Martín Vences y pudo relacionarse intensamente con el fútbol. Pipiolo cada vez que hablaba de fútbol terminaba hablando del Real Jaén: “A mí me gusta el fútbol pero, sobre todo, me gusta el Real Jaén. Cuando estoy en el campo paso todo el tiempo con un nudo en el estómago. Porque si vamos ganando me emociono y me disparo por la alegría y si perdemos siento rabia, impotencia. Soy muy temperamental”. Pipi me decía estas cosas y conforme las contaba las iba viviendo. Reflejaba los momentos de triunfo y la decepción de las derrotas. Su cara era el espejo de un alma sensible, que acusaba claramente las emociones.

Esta mañana revolviendo mis papales han aparecido recuerdos de Pipi y he decidido contar cómo le conocí. Desde aquella mañana radiofónica convulsa hasta que nos dejó, siempre tuve un amigo. En la distancia era mi mejor cronista de las cosas que pasaban en el Real Jaén. Me tenía al día y, desde lejos, yo estaba informado. En Jaén se convirtió en compañero de muchas “guerrilas”. Me acompañaba a “Linarejos” en aquellas míticas tardes de Carrusel Deportivo, para contar las historias  de fútbol del Linares CF de Nando Josu o de Naya. De Nizetic o Preciados.

El fútbol era apasionante y el viaje de ida y vuelta a Linares, una gozada. Estar con Pipiolo siempre era interesante. Si estaba alegre, era muy divertido, y si estaba preocupado por algo, resultaba imprescindible escuchar sus reflexiones. Era impulsivo y fogoso pero si hablaba despacio convenía escucharle. Había vivido mucho y, cuando hablaba en serio, lo hacía con un sentido digno de ser atendido.

Reconozco que este articulo lo hago para que todo el mundo recuerde a Pipiolo porque se lo merece. Merece que personas como él sigan presentes y que su recuerdo se mantenga unido al del Real Jaén porque él lo amó profunda y desinteresadamente pero lo escribo, sobre todo, para darme el gusto de recordar, mientras completo estas líneas, a aquel hombre al que conocí por casualidad y del que aprendí cosas que me sirvieron para el fútbol y que me sirven para la vida. Un amigo. Una suerte y un placer. Gracias Pipi.

 

*Agradecimiento a Pepe Castillo por el material fotográfico