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Reflexiones a balón parado

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Eduardo Grenier.- Cuba. A los que sufren. A ustedes los nostálgicos, los raros y los tozudos, los que casi sufren tanto la ausencia del fútbol como el asfixiante confinamiento, les confieso algo: no están solos. Pareciera una enfermedad psicológica la nuestra, como si también estuviese en cuarentena la sensatez y el sentido común anduviera esparcido por los vientos como este virus que nos ha resquebrajado la tranquilidad. Pero la pasión nos puede. Hay que perder cosas importantes para darnos cuenta de cuánta falta nos hacen. El fútbol, hoy, se ufana ausente por nuestro dolor.

Todavía, en alarde de egoísmo, algunos quisieron tronchar la quintaesencia del deporte con partidos a puerta cerrada. Intenté aceptarlo la primera vez. En los minutos iniciales, cuando escuchaba al entrenador gritar y su voz chocando contra el cemento vacío, apagué la tele. Hay cosas que no valen la pena: la comida sin sal, las playas sin sol, el arroz sin frijoles (a lo cubano) y el fútbol sin gente. El poderoso caballero manda incluso en tiempos tempestuosos. Los sentimentales renunciamos.

Prefiero esperar a agosto y comenzar otra vez desde la línea de partida que ver al fútbol mutilado. Lo añoro, echo de menos las mañanas pegadas a la radio, la voz de los relatores, las pitadas y los pañuelos blancos, las tertulias chillonas y los análisis con frialdad diplomática, los quebrantos y los puños levantados en festejo conjunto. Todo. Echo, me falta hasta el amargor de perder y vivir los domingos con rostro adusto, enfurecer a mi madre, incomprensiva ante mi actitud por un “simple deporte”.

Ojalá todo vuelva a la normalidad. Ante la ausencia de fútbol, me queda el fútbol de antaño, los recuerdos, las zozobras de mis primeros amores por escudos y las primeras devociones. De niño, claudiqué ante el virus, sin posibilidad de cura, sin vacunas ni panaceas. Tampoco quise resistirme. Al Covid 19 lo vamos a vencer muy pronto. Al fútbol, la más contagiosa de todas las pandemias, me temo que nunca jamás. ¡Aleluya!