Inicio Opinión Antonio Oliver El fútbol, la familia y la muerte

El fútbol, la familia y la muerte

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Muere mucha gente.  Están al lado de casa, en la ciudad de al lado o en la otra punta del mundo pero es un goteo diario. Material para una estadística cruel. Sin embargo, obsérvese la paradoja, parece que nos estamos volviendo inmunes al azote de las cifras. En España mueren cientos de personas a diario. Crece en miles la cifra total pero el ambiente todavía es de cierto humor. Jocoso y capaz de llevarnos a los balcones a aplaudir, a convertir las redes en un patio de vecinos para el chiste, la broma y la crítica mordaz.  Somos capaces de poner música y hasta de beber, en comunicad de ventana a ventana, una copa. Esto lo estamos viendo entre la perplejidad y la comprensión. 

De pronto viene el fútbol, religión de millones de personas en todo el mundo, y nos pone los pies en el suelo, un nudo en la garganta y la realidad delante de los ojos. Entonces nos sentimos vulnerables. Las emociones emergen, la gravedad tira hacía abajo de los labios y ya no reímos.

Muere Goyo Benito, muere Antic, muere la madre de Guardiola y un latigazo de condolencias sentidas inundan las redes, los periódicos, las noticias de radio y televisión. En las casas, ante estos anuncios, se hace un silencio y se reflexiona. Se vuelve grave el gesto.

¿Qué pasa?. Es sencillo. El fútbol vuelve a demostrar que su dimensión está relacionada con su capacidad de tocar los sentimientos. Desgraciadamente al señor que ayer a las ocho de la tarde murió en Barcelona o al carpintero de aquel pueblo de Santander que han incinerado esta mañana o  a aquel médico de un barrio de Madrid no los conocía casi nadie, además de su familia. El dolor se ahogó en las lágrimas de los cercanos. No tuvo onda expansiva.

El fútbol es otra cosa. Muere Benito y un lazo negro cubre el cielo bajo el que viva un madridista en cualquier lugar del planeta. Antic apiñó ayer con su muerte a la familia atlética y el mundo del fútbol en general se unió al dolor de la familia Guardiola. Madridistas, atleticos y culés, gente de fútbol que jamás se conocerá pararon su reloj de cuarentena y tuvieron un momento para caer en la cuenta de que la gente se está muriendo de verdad. Lo sabemos pero, cuando se muere «uno de los nuestros», es cuando nos damos cuenta.

La razón por la que el estremecimiento y la forma de vivirlo es diferente no es otra que la condición de tribu que tiene este deporte. Decir adiós a un ídolo es despedirnos de nosotros mismos. Despedirnos del que fuimos gozando con las acciones secantes de Benito, de su brío y con su porte de guerrero total en la defensa del Real Madrid. Es decir adiós al que fuimos cuando Antic le dio el doblete al At. de Madrid. Cuando vemos el dolor de Guardiola empatizamos y nos ponemos al lado del entrenador que hizo un Barça invencible. Nos toca, somos deudos porque lo que nos hizo felices lo consideramos nuestro.

Somos humanos y ahora debemos ser benévolos con nosotros y con todos. Los sentimientos son idénticos ante cualquier muerte pero si muere alguien de nuestra familia lo sentimos más. El fútbol es la familia de millones de personas en todo el mundo. Una familia que se junta para celebrar y que cuando pierde a alguien llora junta. Esa es la virtud de la pelota.