Inicio Opinión Antonio Oliver ADA Jaén: Sistema que funciona no se cambia

ADA Jaén: Sistema que funciona no se cambia

Compartir
El secreto de aquel equipo de balonmano era el "factor humano". Siempre juntos.

Ruego que esta historia no se malinterprete, que se contextualice. Al contarla ahora puede resultar frívola. No lo es. Se trata de una experiencia personal que se mezcló con mi ejercicio periodístico. Yo era una larva de periodista. Estaba echando las raíces, era pura improvisación en todos los sentidos. Sin embargo esta historia y otras que viví en esa época, me ayudaron a entender muchas cosas que tenían que ver con el deporte, con mi profesión y con las personas.

 Viajé a Tenerife para radiar en directo un partido de Balonmano. Entonces radiar balonmano era casi tan quimérico como ahora, que el balonmano ha desaparecido de los medios. 

Estaba acostumbrado al rigor, el secretismo y las liturgias del fútbol. Cuando viajaba siguiendo a un equipo de fútbol lo hacía por mi cuenta, comía por mi cuenta y para saber algo tenía que mirar atentamente, preguntar a unos y a otros o pegar la oreja a la puerta de la habitación en la que el entrenador reunía a sus jugadores antes del partido. Este viaje iba a ser diferente. 

Durante el vuelo el equipo (ADA Jaén) parecía un grupo de amigos en viaje de estudios. Desenfado, desdramatización del hecho deportivo y normalidad en la relación con el periodista. El entrenador me contaba los detalles. Cómo había preparado ese partido, cómo creía que iba a ser. No había ningún secreto. Reconozco que las circunstancias eran diferentes. Era el único periodista que viajaba y todos sabían que me tenían ganado para la causa.

Paco Sánchez, Justo Gaméz y Carlos de Blas. Base y altura. Claves.

Al principio, por deformación profesional, traté  de estar en mi sitio y de guardar las “formas”. Fue imposible. Antes de que el avión tocara tierra el grupo me había engullido en un gesto natural. Olvidaron, si alguna vez lo tuvieron en cuenta, el dato de que yo era periodista. Me fagocitaron.

Cuando llegamos a Tenerife ya era uno más de aquel “viaje de estudios”. En la práctica formaba parte de aquello como elemento humano, sin distinción de funciones u objetivo. Era uno más y así me trataban. Al llegar al hotel como mi viaje, por economía, se vinculó desde la agencia al del grupo, tenía que compartir habitación con uno de ellos. El delegado del equipo me asignó a Carlos de Blas como compañero de habitación.

Aquella tarde hice algunas entrevistas y busqué  informaciones del equipo contrario en la prensa local. Llamé a mi compañera  de Radio Club de Tenerife, Mayte Castro, para comprobar que los medios técnicos estarían dispuestos a la mañana siguiente y luego dediqué la tarde a pasear.

Por la noche cena y excursión por el Puerto de la Cruz. Para entonces ya había comprendido que lo este equipo de balonmano no tenía que ver ni con el fútbol ni con nada. Todo era relax, buen ambiente, divertimento y ausencia total de clima tenso prepartido. La noche fue la larga. Fue creciendo el ambiente a medida que avanzaba la madrugada. No sé si celebraban algo o si siempre era así. Recuerdo a Alberto Latorre muy «enchufado». A Paco Sánchez, a Carlos de Blas…yo estaba en mitad de todo pero con miedo a que mi garganta, a las doce de la mañana, no estuviera en condiciones.

Deportistas por vocación. Se conocían y conocían sus límites. Eran felices y nos hicieron felices

Había mucha humedad y para evitar males mayores “me retiré a mis aposentos” antes que nadie. Sin despedirme para evitar retenciones, volví al hotel.  A las tres de la mañana aproximadamente Carlos de Blas llegó a la habitación. Yo dormía. Me despertó, me tomó en brazos  y me llevó al  cuarto de baño. Me puso debajo de la ducha, abrió el grifo y dijo: “Esto por habernos dejado tirados”. Con Carlos mejor no discutir. Desperté a las ocho y media. De Blas ya no estaba. Preparé mis cosas y bajé con la bolsa de trabajo. A las diez el equipo estaba en la puerta del hotel y poco después pusimos rumbo al pabellón. La pista estaba en la Universidad. Mientras íbamos hacia el pabellón pensé:  ¿Cómo podrán jugar después de lo de anoche?. Yo volví el primero y tenía un cuerpo malísimo.

Carlos de Blas, carismático, duro y noble como pocos, se ganó el corazón de Jaén

La primera sorpresa fue ver, mientras ponía en orden mis notas, los «cascos» y el micro para radiar, cómo en la pista el equipo estaba organizando un partido de fútbol sala. Jugaron un partido de fútbol sala para calentar y a los cinco minutos corrían como motos. No daba crédito. El partido se jugó, pasaron por encima del rival. Ganaron por goleada y cuando cerré el micrófono pensé: ¿Qué sentido tendría contar que anoche salimos de fiesta? No era un equipo de fútbol. Era un grupo talentoso de atletas que conocen sus límites y disfrutan de lo que hacen. Si el sistema funciona, no se cambia. Cuando se alteró ese orden y se futbolizó el club, el hechizo desapareció y con él la magia.