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Reyes: El ángel de las alas blancas que dejó su nombre en Cortijos Nuevos

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José A. Reyes dando su nombre al campo de Fútbol de Cortijos Nuevos

Gracias a José Manuel García-Otero, periodista y escritor, por haber dejado en Palabra de Fútbol su emotiva experiencia de vida junto a José Antonio Reyes.

José Manuel García-Otero.- Un día volveré, me dijo chorreando en lágrimas José Antonio Reyes, cruzando el control de la sala de embarque que nos trasladaría a Londres. Aquel trayecto, el de Utrera lo pasó mirando la ventanilla, observaba nubes gordas e interminables y juraría que el genio, sin mover los labios, les preguntó sobre su futuro tan lleno de fútbol como de incertidumbre. Como pretorianos sabuesos, a José Antonio le escoltaban dos tipos del Arsenal, que sonreían al futbolista y mostraban afilados colmillos al resto de los humanos.

Londres esperó a Reyes con frío de sepulcro y luces histéricas de ciudad gigantesca, algo que le encogió el corazón, porque no hay algo más estremecedor que la luminosidad de la indiferencia. Pero lo recibieron en el Arsenal como la joya hispánica, el fichaje más caro de la historia de los gunners, el españolito que serviría de guinda al fabuloso equipo inglés, con Henry, su jugador franquicia. Arsene Wenger lo invitó a tomar el te a su casa y le dio la bienvenida. El veterano técnico llenó de confianza los poros de Reyes y éste sintió cómo su corazón le latió por bulerías. Ese Arsenal fue campeón de la Premier League, y Reyes, con el 9 en la espalda, desplegó lo mejor de su fútbol. Y aprendió. Pero España se encontraba muy lejos y Utrera le sacaba pañuelos de pura nostalgia.

Luego pasó al Real Madrid y Reyes volvió a ser campeón. El Atlético lo recibió de uñas por su pasado vikingo y él, pese a los cariños de Quique Sánchez Flores, que lo reclamó para el Benfica y luego lo hizo titular en el Manzanares, no sentía ese pellizco que sienten los genios para formar un lio. Me decía el otro día Juanma Calderón, su primo del alma: José Antonio es como Curro Romero, que si ve o huele algo raro, no hay nada que hacer, pero como se le encienda la vela forma un taco de los gordos.

Y el taco lo formó a su regreso al Sevilla. En Nervión, con el himno de esencias marismeñas del Arrebato, y oliendo a carne con tomate y tortilla de buenas papas, José Antonio Reyes consiguió tres copas de la UEFA, dibujó jugadas por soleares e hizo vibrar a los sevillistas. Y sufrir a los béticos, porque Reyes siempre fue sevillista de sudor y sangre; y nada mejor que enfrentarse a los de verde y blanco para afilar el colmillo y tocar el cuero como lo hacía Vivaldi con su violín.

Después, en plena juventud, rezumando lunas y esencias de gitano de Lorca, Reyes se puso unas cuantas camisetas de otros colores distintos al blanco del Ramón Sánchez-Pizjuán. No engañó a nadie y todos disfrutaron de su cuadro maravilloso. Una mañana se nos marchó muy deprisa y nos dejó una soledad aterradora. El fútbol se quedó sin armonía, sin esa sonrisa eterna del genio que lo hacía todo fácil en medio de la nada más difícil. Se nos quedó su mirada de llamas encendidas con el requiebro de un pase imposible. Todavía voy a Nervión con la esperanza de ver su toque mágico. Y lo siento, vaya que si lo siento: cierro los ojos y Carlos Bacca marca un gol tras recibir un pase prodigioso de un ángel con las alas muy blancas.