Inicio Opinión USA 94, el sueño americano

USA 94, el sueño americano

Compartir

Manuel Escudero Fernández.- Al caminar hacia la entrada del Rose Bowl Stadium un buen aficionado al fútbol puede imaginar el estallido de emociones de aquel Mundial de USA 94. Tiempos en los que el fútbol no dejaba de ser negocio, pero conservaba la dignidad de un campeonato estival que respetaba la esencia de este deporte en un país que quería impulsar la escasa afición contenida.

Poco ha cambiado el débil apego de la sociedad estadounidense hacia el soccer desde aquellos días de mediados de los noventa. Hoy es un sábado especial en este famoso coliseo de la ciudad de Pasadena, en la gigantesca urbe de Los Ángeles, y familias enteras se reúnen en las inmediaciones del Rose Bowl  para celebrar la previa de un partido de fútbol americano entre los dos equipos universitarios más famosos de la ciudad: UCLA Bruins contra USC Trojans. Carpas perfectamente improvisadas donde no faltan barbacoa y cerveza, llenas de jóvenes con la sudadera azul y amarilla de su facultad.

El fútbol americano es su deporte nacional, da igual que estos días se juegue la competición por excelencia del deporte rey y que precisamente USA vuelva a estar presente en ella. Muy pocos reconocerán mi camiseta con el 22 del búfalo Alexi Lalas al dorso.

 

Precisamente fue en USA 94 donde las elásticas empezaron a llevar impresos los nombres de los jugadores. Novedad que fue acompañada de dos nuevas medidas que modernizaron el fútbol hasta nuestros días: la prohibición para el guardameta de coger el balón tras una cesión y  la obtención de tres puntos por victoria en la fase de grupos.

En aquellos días se vivió el ocaso de una leyenda como la de Diego Armando Maradona, expulsado después de un control antidopaje. El fútbol evolucionaba y una grandiosa selección brasileña de conocidos de la Liga brillaba bajo el sol, proclamándose por cuarta vez en su historia campeona del mundo. Romario, Bebeto, Mauro Silva, entre otros, celebraban los tantos meciendo la gloria. Un jovencísimo Ronaldo Nazario esperaba en el banquillo el futuro de la canarinha.

Y sí, fue en la portería de este estadio en forma de cuenco donde Roberto Baggio mandó el penalti definitivo al limbo italiano un diecisiete de julio. Aquel jugador de aspecto zorruno que semanas antes nos había enviado a casa en cuartos de final a los españoles tras un partido de nefasto recuerdo en el que quedó grabada en la mente de todos la imagen de Luis Enrique sangrando tras el codazo de Tassotti. Error que siempre persiguió al azzurri hasta el final de su carrera.

Pero si hay algo que ocurrió en este césped de Pasadena y que nunca se debería olvidar fue la muerte anunciada de un futbolista. Un desafortunado gol en propia meta se convirtió en la razón de un macabro homicidio en la Colombia de los cárteles. Andrés Escobar firmó su sentencia en esa portería ante una selección americana que lograba el pase a octavos dejando el sueño cafetero soterrado un veintidós de junio. El combinado dirigido por Maturana y liderado por viejos conocidos en pucela como el pibe Valderrama o Leonel Álvarez se estrellaba a las primeras de turno en un grupo fácil a priori, evaporándose la ilusión de todo un país que llegaba eufórico tras endosarle un 5-0 a la albiceleste en el Monumental de Buenos Aires en la fase de clasificación.

Días más tarde el mundo entero comprobó la crudeza del deporte y las apuestas cuando, la joven promesa del fútbol colombiano que debía convertirse al año siguiente en el digno sucesor de Baresi en el Milán, fue tiroteado hasta la muerte en su Medellín natal.

Hoy día el Rose Bowl luce con la frescura de la rosa que hace honor a su denominación, siendo Monumento Histórico Nacional y presumiendo de haber acogido cinco famosas ediciones de la Super Bowl americana. Situado al norte de la macroscópica metrópoli californiana que germinó del pueblo original fundado por nuestro paisano bailenense Felipe de Neve en tiempos de Carlos III, este terreno de juego siempre estará marcado por las historias de un Mundial que en el verano del 94 mostró lo dulce y lo amargo del sueño americano.