Inicio Opinión Antonio Oliver PSG, de las fanfarrias del Imperio al silencio más sonoro

PSG, de las fanfarrias del Imperio al silencio más sonoro

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La imagen del PSG ha desaparecido de la actualidad futbolística en un arco brevísimo de tiempo. Solo tiene pasado y futuro. Su presente no existe. Dos intensas comparecencias de noventa minutos hicieron pasar al cuadro parisino, de la luz más brillante a la oscuridad absoluta. El fútbol circula a una velocidad que da miedo.

Muy poco antes de su cruce con el Real Madrid en Champions, el equipo de Unai Emery estaba señalado, por un número considerable de expertos en la materia, como el conjunto más prometedor del panorama europeo. No se le llegó a conceder la corona pero se le reconocía como aspirante máximo, por lo que ya había demostrado en la liga francesa y por las potencias que atesoraba.

La fase de grupos y sus partidos contra el Bayern terminaron de aliñar una ensalada de alabanzas, que crecía a ritmo de goleadas en su competición doméstica. La fusión de los jóvenes talentos, los más preciados del panorama actual, junto a la experiencia de los ya consagrados, solo podía desembocar en un relevo seguro. La cúpula del fútbol europeo tendría nuevo dueño, para más gloria de Al-Khelaïfi

La teoría en fútbol lo aguanta todo. Se proyecta, se analiza a priori y se trazan líneas que, bien explicadas, parecen infalibles. Eso se difunde, se comenta y se termina distribuyendo de boca en boca, hasta convertirse en algo que todos asumimos obviando el detalle de que es solo una predicción, “una verdad previa”. Es lo que me gusta definir como placebo, para sentir lo que se sentiría, si las cosas llegaran a ser cómo nos gustaría que fueran. También se puede explicar como una verdad con alta posibilidad de no serlo. Vamos, una mentira.

Esto es muy habitual, en el fútbol y en la vida. Circulamos con relativa normalidad en mitad de estos espejismos sin que, por comunes, nos alteren. Lo que ha pasado con el PSG me ha llamado la atención por cómo hemos ido, en un gesto natural, de colocar al equipo francés en la cúspide de la Luz, a echar sobre él un manto de silencio deportivo que daña los oídos.

El rastro que ha dejado el equipo emergente, el compendio de las mayores virtudes a medio plazo, el proyecto llamado a desterrar a los históricos de Europa, es un mar de especulaciones. Dudas y puertas de salida, para quienes hace poco eran basamento y garante de un sólido «porvenir» imperial. Sin embargo todo ha vuelto a su punto de partida. Vuelta a la gloria de andar por casa y a los títulos casi ganados en el vestuario. Al final, nada.

Está demostrado que ganar algo una vez, puede ser. Para cambiar un ciclo o reescribir la historia hace falta mucho dinero pero, sobre todo, un equipo.