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José Urea, ciclista de mucho «motor» y más corazón

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Urea cruzando la meta como vencedor de etapa. Vuelta a Portugal

José Urea Pulido es ciclista. Nació en Jaén y creció entre el Cerro de las Canteras y el Polígono del Valle. 52 años. Urea siempre ha tenido un libro abierto en los ojos. Con la mirada lo cuenta casi todo. Expresivo y muy natural, ha mezclado una potencia física portentosa con la nobleza y, muchas veces, con la inocencia. Su vida deportiva ha estado marcada por dos mañanas de domingo y por dos “Paseos” emblemáticos.

Una mañana de domingo en Jaén, siendo un crío, ganó su primera carrera sobre una bicicleta. Tenía 15 años y debutaba con el equipo ciclista Coosur, bajo la dirección del mítico Juan Torres. El Paseo de la Estación vio como José Urea, batiendo a los favoritos y dando una exhibición de fuerza, presentó su candidatura para llegar al cielo de un deporte casi inhumano. Allí sitió que se le abría un mundo en el que él podía tener su espacio y su vida. Había encontrado el camino.

Una mañana de domingo, ocho años después, José Urea pedaleaba por el gran Paseo de los Campos Eliseos. Bajo el cielo de París, un joven ciclista de Jaén, flotaba en mitad del pelotón de los elegidos. El sonido metálico de cadenas y engranajes sonaba a música celestial. Los miles de kilómetros que cargaban sus piernas ya no pesaban. No quería que aquel momento se acabara nunca, pero antes de llegar ahí pasaron más cosas.

El deporte fue un salvavidas para José Urea: “Crecí en ambientes muy peligrosos pero el deporte me apartó de todo eso, me salvó”. Muy joven empezó a practicar boxeo de la mano de otro referente romántico del deporte en Jaén, Jorge Roa, “Jorgito”. Jorgito tenía su cuadrilátero en la antigua Caseta Municipal, Avenida de Granada. Allí había un “microcosmos” muy singular y de allí, seguro, Urea sacó algunas de las virtudes que luego le ayudarían a soportar las durísimas exigencias del ciclismo. No encontró su sitio entre las doce cuerdas y se pasó al fútbol. Con apenas doce años empezó a jugar en el Recreativo de Jaén bajo la dirección de Jesús Cuevas pero tampoco estaba llamado por ese camino: “La verdad es que no valía para el fútbol pero me sirvió para apartarme de la “mierda” y seguir por otro camino”.

Cerca de él había personas que iban a servirle de puente hacia su lugar definitivo: el ciclismo. Cerca de su Casa vivían dos jóvenes ciclistas Peñalver y Antonio Sánchez. Ellos ya corrían y despertaron la curiosidad y el “gusanillo” de Urea. Casi sin darse cuenta se encontró sobre su “burrita” la mañana del 19 de marzo de 1982. Día de San José. Urea celebraba con un triunfo incontestable su debut ciclista y el día de su santo. Era la primera carrera y la ganó doblando, en 30 vueltas desde Galerías Preciados a Las Batallas, a todos sus rivales. Había nacido un ciclista con muchísimo “motor” y con más corazón. El Paseo de la Estación fue la primera etapa para llegar al otro gran Paseo por París.

A partir de ahí las cosas y su vida volaron. Ganó más de cuarenta carreras, casi todas en las que participó al año siguiente. Tuvo buenos maestros. A sus 15 años entrenaba con los mejores ciclistas de Jaén. La “cuadra” de Juan Torres tenía corredores que estaban en la élite del ciclismo amateur. Coosur era uno de los mejores equipos de España. Sus ciclistas acumulaban victorias y títulos nacionales e internacionales. José Urea pedaleaba, miraba y escuchaba a hombres como Lindez , Quesada o Guerrero Pozas. Eran entrenamientos muy pedagógicos aunque Lindez no le dejaba, por su edad, acabarlos completamente y le mandaba para casa cuando entendía que había hecho su carga de trabajo.

Lindez, de alguna forma ya estaba cuidando a Urea, porque poco después y tras dos años en Coosur formó parte del “Donust Romani Lindez” equipo que auspició por Jesús Lindez y desde el que Urea saltó a uno de los mejores equipos de ciclismo aficionado el Gurelesa GAC de San Sebastián. Era el primer paso para dar el salto a profesionales. Ganó carreras en Euskadi y llamó la atención de Maximino Pérez que, al habla con JesúsLindez, logró firmar a este joven ciclista. Urea y Jesús Líndez firmaron en Fuenlabrada, sede de SEUR, el contrato que marcó la vida de José Urea.

Gurelesa en la Plaza de Las Batallas. Ruta del Olivo

A aquella reunión entró un nervioso jovencito de 20 años y salió un ciclista profesional que acababa de empezar la etapa más importante de su vida. Todo iba a rodar como en un sueño. Un Tour de Francia, dos veces el Giro y dos veces la Vuelta a España. Ganó una etapa de la Vuelta a Portugal, se proyectó como un hombre rentable y eficaz para su equipo y por fin iba a llegar aquella experiencia por la que pedalea cualquier ciclista desde que decide subirse a una bicicleta: El Tour de Francia.

SEUR había ganado la Vuelta a España y como premio recibió una invitación de la ronda francesa para participar en el Tour. Un equipo modesto, pero que contaba con nombres ilustres en sus filas, se sumaba a las grandes escuadras y ponía rumbo a París. Sin embargo aquel “pastel” se le iba a atragantar al equipo de Maximino Pérez. Después de unos días de carrera el conjunto de Fuenlabrada perdía a  casi todos sus efectivos y quedaba en carrera con tres jóvenes ciclistas, entre ellos, José Urea. Giovannetti abandonó “fundido”, sin fuerzas después del esfuerzo de haberle ganado a Pedro Delgado la Vuelta a España.  Su abandono provocó el enfado de la marca y ya no volvió a correr con Seur. Álvaro Pino, se bajó de la bicicleta lesionado y se volvió para casa. Matheus Hermans, Jon Uzanga, Ugrumov, Recio…toda la clase “noble” del SEUR abandonó la ronda gala antes de llegar a su ecuador.

Un coche, un director, un mecánico y un grupo de tres ciclistas capitaneado por Urea fue la representación del equipo durante tres cuartas partes del Tour. Ahí emergió el carácter de José Urea. Sin referencias pero con el corazón en la boca, hizo una primera semana de Tour espectacular. Entraba en casi todas las escapadas. Colaboraba y daba relevos. Su fuerza le ayudó a estar entre los mejores y, curiosamente, esa valentía y esa fe en sus posibilidades otorgó al equipo una notoriedad y una visibilidad impensables. No pasaba una etapa sin que Pedro González, relator del Tour para TVE, no mencionara el trabajo y la presencia de Urea.

Cada etapa era una aventura y una heroicidad. Casi solo, en mitad de aquel universo de estrellas de la bicicleta hizo grupo con el Banesto de Indurain. Estuvo en casi todo hasta que le faltaron las fuerzas  y empezó a correr con inteligencia. Buscaba su grupo y no variaba el ritmo, medía bien el nivel de su “depósito”.

Entonces el Tour tenía etapas de hasta 350 kilómetros, nueve puertos de desniveles y rampas sobrehumanas y muchas veces con tormentas de agua y nieve en las alturas de esos gigantes temidos y deseados por los ciclistas: Tourmalet, Galibier, La Madeleine, Alpe D´Huez, Aubisque, Mont Vetoux. Urea no se descompuso. Sabía que, aquella mañana de marzo en el Paseo de la Estación, había tenido un sueño y que ahora lo estaba viviendo en solitario pero arropado por un pelotón ilustre. Subir esos puertos era estar solo un escalón por debajo del cielo del que solo se quiere descender para rodar sobre los adoquines, sobre el pavés de los Campos Eliseos. Consciente por primera vez de lo que había hecho José Urea, aquel medio día del 22 de julio de 1990, no pudo contener las lágrimas mientras pensaba en volver a casa y abrazar a los suyos.

Antes de tomar el Ave que le devolvería a España José Urea recibía la medalla que acreditaba haber participado y haber terminado la carrera. Puesto 89 de un Tour en el que tomaron la salida más de 200 corredores. Su equipo valoró la imagen publicitaria que supusieron las apariciones de Urea en TVE, en radio y en prensa escrita en 1500 millones de pesetas.

Urea volvía sereno, con su trofeo entre las manos y cerrando los ojos para ver la película de su vida. Era el triunfo de un niño que tuvo la habilidad de escapar de lo fácil y elegir uno de los deportes más sacrificados para construir, a golpe de pedal, su propia historia. Ahora celebra a diario, el triunfo de la vida que se ha ganado y es feliz.