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La liga bicéfala y el dopaje financiero

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neymar messiFrancisco Javier López Frías
Becario de investigación y estudiante de doctorado en el Departamento de Filosofía Moral de la Universidad de Valencia

Cuando discutimos filosóficamente el problema del dopaje, los dos argumentos que suelen inclinar la balanza en favor de la prohibición suelen ser el de la justicia y el de la enseñanza.

Según el primero, la existencia del dopaje en el deporte rompe el presupuesto que hace posible la actividad deportiva, a saber, que todos los competidores estén en igualdad de condiciones a la hora de proclamarse vencedores. Así, por ejemplo, todos los corredores empiezan la carrera desde el mismo punto, o se les exige que posean utensilios reglamentarios en el caso de las bicicletas, los bañadores, o los palos de baseball y hockey.

En cuanto al segundo argumento, se afirma que el dopaje promueve actitudes y valores que son contrarios a los que desearíamos que imperen en nuestras sociedades, por ejemplo, el propio valor de la justicia y la igualdad de condiciones. Aquellos que los rompen, hacen trampas y se convierten claramente en tramposos. Dado el impacto que los deportistas actuales tienen en los jóvenes (un reciente estudio elaborado por Adecco el 26,7% de los niños quieren ser futbolistas) el hecho de que aquéllos sean tramposos podría ser motivo para que los jóvenes vean la trampa y el engaño como algo normal y, por lo tanto, los utilicen como un recurso habitual que no consideran censurable. Así, el deporte practicado por tramposos educa en valores negativos a las futuras generaciones.

A esto se deben las campañas feroces en contra del dopaje que llevan a cabo no solo las agencias encargadas de ello, sino también la prensa especializada. La cual, cada vez que se destapa un caso de dopaje, no duda en colocar en sus portadas a tamaño grande titulares como “TRAMPOSOS” o “VERGÜENZA”. La unanimidad al respecto parece clara. Sin embargo, no sucede lo mismo con otros casos en que también son aplicables los nombrados argumentos de la justicia y la enseñanza como, por ejemplo, el de la repartición desigual de los derechos televisivos en nuestra liga de fútbol profesional.

Comienza el curso 2013-2014 de nuestra Liga, y no se puede negar que se trata de una competición bicéfala, de dos equipos que están marcando historia en el fútbol en cuanto a cifras y que hacen imposible que el resto puedan competir. Sólo les queda luchar por el tercer puesto, la clasificación europea, o la permanencia. “Son muy buenos”, se dice. Nadie puede negarlo. Sin embargo, algunas voces críticas han afirmado que si Real Madrid y Barcelona son tan buenos con respecto a los otros es, en parte, gracias a que se han repartido casi por completo el pastel de los derechos televisivos. Sin embargo, la voz de aquellos que protestan ante esta situación se ve silenciada por los éxitos de los blaugrana y los merengues. La pretemporada ha sido una muestra más de esta situación, las televisiones nacionales han ofrecido partidos de preparación de Real Madrid y Barcelona, y los periódicos han pasado el verano especulando sobre el futuro de Neymar y Bale.

Hay motivos de sobra para que las portadas de los medios exijan un cambio de situación para que poseamos una competición más igualada. Como ya se hace en el mencionado caso de la lucha anti-dopaje. Según las cifras de la temporada anterior, la diferencia de ingresos por derechos de televisión entre el Real Madrid y Barcelona y el tercer clasificado es de 100 millones. Entre ellos dos se reparten la mitad del pastel mientras que los otros dieciocho clubs han de repartirse la otra mitad restante. Esta diferencia de 100 millones extendida lo largo de 5 años, hace que Real Madrid y Barcelona hayan recibido, como mínimo, 500 millones de euros más en derechos televisivos que cualquier otro club. Si rechazamos el dopaje porque atenta contra el principio de la igualdad de oportunidades, ¿no es igual de injusta o más desequilibrante esta repartición tan desigual de los derechos, además, durante un tiempo tan prolongado?

El argumento de la enseñanza es también aplicable en este caso. Tanto la Liga de Fútbol Profesional (LFP) como los medios que posibilitan estas desigualdades están mostrando, con este modo de repartir los ingresos, a los jóvenes seguidores de los equipos que hay dos clases de miembros en esa comunidad de la que forma parte su club: una clase privilegiada a la que se favorece, y una secundaria a la que se le permite estar ahí porque es necesaria para la existencia de los primeros. Es decir, “para que el show siga en marcha”. Es cierto que el engaño y la trampa (del dopaje) no son una buena enseñanza, pero tampoco lo son la exclusión y la explotación (del fútbol español).

Ahora que está de moda insistir en el fair play económico, ¿no puede hablarse de la desigual repartición de derechos de nuestra Liga como si fuera dopaje financiero? Si esto es así, resulta incoherente el grado de condena que se ofrece al problema del dopaje comparado con el que se le otorga a la situación injusta que vive nuestra Liga de Fútbol Profesional. A espera de la aprobación y entrada en vigor de la nueva Ley del Deporte, que equilibrará la repartición de los derechos televisivos, hay que hacer un esfuerzo por mostrar que la injusticia está a la base de la que consideramos “La Mejor Liga del Mundo”, y esperar que no sólo las leyes cambien sino también lo hagan tanto nuestra cultura moral como la futbolística.

Como decía Aristóteles, justicia es “dar a cada uno lo que merece”. En una Liga de 20 equipos que vende sus derechos de televisión se debería, tal y como se hace en Inglaterra, primero, dar una cantidad básica igual para todos los equipos y, segundo, otra cantidad variable en función de sus logros deportivos. De este modo se reconoce a los equipos (y a sus aficionados) que son parte esencial del proyecto común que es la Liga, y además que un esfuerzo extra puede tener una mayor recompensa. Estas son las claves que queremos que rijan nuestra convivencia social: mínimos de justicia y premios en función de los méritos. ¿Dónde están estos principios en nuestra liga bicéfala?