Inicio Opinión José L. Pérez Triviño ¿Qué hay de malo en el dopaje?

¿Qué hay de malo en el dopaje?

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lanceJosé Luis Pérez Triviño.
Profesor titular de Filosofía del Derecho en la Universidad Pompeu Fabra. Barcelona.

Autor del libro Ética y deporte, Desclée de Brouwer, Bilbao, 2011.

Director de “Fair Play. Revista de Filosofía, Ética y Derecho del deporte”.

Los últimos casos de dopaje (“caso Puerto”, «caso Galgo», “caso Armstrong”) están produciendo un notable daño al deporte en general y al español en particular al poner en duda la legitimidad de algunos de los éxitos alcanzados por los deportistas españoles en los últimos años. Por otro lado, ha servido para generar un debate necesario acerca de la justificación jurídica y moral de la política antidopaje en el ámbito del deporte profesional: ¿Debe prohibirse legalmente el dopaje? ¿Qué hay de malo en él?

El debate se plantea principalmente con relación a tres efectos perjudiciales del dopaje y que afectarían: 1) a la salud del deportista; 2) a la igualdad de oportunidades entre los atletas; 3) a los fines internos del deporte. También hay otros problemas que plantea la actual prohibición del dopaje como: 1) las incoherencias e imprecisiones en la actual normativa respecto de las técnicas y sustancias prohibidas y las permitidas; 2) la incoherencia entre prohibir el dopaje y en cambio tolerar prácticas deportivas o entrenamientos manifiestamente peligrosos; 3) la posible afectación de los controles antidopaje a derechos fundamentales de los deportistas. No obstante, por razón de espacio me centraré únicamente en el primer argumento, esto es, de qué forma el dopaje atenta contra la salud de los deportistas y justifica por ello su prohibición.

En su formulación estándar, la objeción señala que el dopaje puede provocar un daño a la salud del deportista ya sea porque no está supervisado médicamente o porque no se tienen suficientes conocimientos de sus eventuales efectos sobre el organismo humano. El caso del ciclista italiano Riccardo Riccò, que ha estado a punto de morir al practicarse una autotransfusión sanguínea casera, muestra los riesgos de algunas técnicas dopantes. En defensa de este argumento se ha apelado también a la analogía con los controles de alcoholemia que han conseguido reducir notablemente los accidentes de tráfico.

Ahora bien, es factible señalar varios contraargumentos. La analogía con los controles de alcoholemia debe ser objetada porque la conducción bajo los efectos del alcohol no pone en peligro únicamente la vida o salud del conductor, sino también la de los otras personas. Es decir, hay un daño a la salud pública. Esto no parece que se produzca con el dopaje.

Respecto a la peligrosidad de algunas de las sustancias y técnicas dopantes, es cierto que existe ese riesgo, pero en muchos casos la causa de la peligrosidad es precisamente la prohibición que lleva a los deportistas a prácticas clandestinas, sin control médico y con ignorancia de los eventuales riesgos y efectos futuros. Esto es precisamente lo que ocurrió a Riccardo Riccò. Pero la clandestinidad no sólo tiene este efecto negativo, sino que produce consecuencias parecidas a la famosa ley seca norteamericana en los años veinte del siglo pasado. Y es que los efectos dañinos sobre la salud pueden ser mayores con la prohibición que con la tolerancia acompañada de control médico y la información a los deportistas. Así se rebajarían considerablemente los riesgos.

Pero la idea más importante frente al argumento de que el dopaje es dañino es que que no deja de ser un argumento paternalista injustificado: se estaría interfiriendo en la voluntad y capacidad de decisión de un ser adulto y del que se presume un mínimo de racionalidad y autonomía para realizar elecciones que afectan a su propio plan de vida, excepto que esos riesgos sean excesivos. Dicho de otra manera, ¿Por qué han de ser tratados los deportistas de forma distinta a otros ciudadanos? Un enfermo puede renunciar a un tratamiento médico aún cuando ello ponga en peligro su salud o incluso su vida… pero un deportista lo tiene prohibido. Esto es especialmente importante: en una entrevista, a “Juanito” Muehlegg se le preguntó si valía la pena conseguir las medallas obtenidas en detrimento de 10 años de su vida… y la respuesta fue afirmativa.

El argumento del daño se podría sofisticar señalando la dificultad en distinguir entre daños poco perjudiciales y daños peligrosos: las sustancias o técnicas dopantes en principio inocuas pueden generar en el futuro consecuencias graves sobre la salud o efectos perjudiciales desconocidos en el presente. Sin negar que esto sea así, entonces, si se quiere ser coherente, ¿Por qué no prohibir el consumo de tabaco, alcohol o de las drogas dados sus efectos dañinos sobre la salud? O en el ámbito del deporte ¿Por qué no prohibir el esquí (y otros deportes) que tiene un índice de mortalidad y de accidentes muchísimo mayor que el dopaje? Por otro lado, muchos de los experimentos científicos y médicos se llevan a cabo sin conocer los efectos secundarios a largo plazo. Y no por ello están prohibidos. Es cierto, como ha sido señalado desde el ámbito médicoque la peligrosidad la deben decidir los científicos, pero la decisión de someterse a un tratamiento médico, practicar un deporte o de tomar los riesgos corresponde a cada individuo, a quien en todo caso, se le ha de suministrar toda la información relevante sobre las consecuencias negativas. En eso consiste la libertad personal.