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Palabra de Fútbol: fútbol contado, de otra manera

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El fútbol es algo doméstico. Muchos hemos crecido jugando al fútbol. Forma parte de nuestro universo de costumbres. Lo jugamos, lo hablamos o lo vemos, pero siempre lo sentimos como algo que nos pertenece y sobre lo que tenemos derecho a opinar, con la autoridad que da el profundo conocimiento de una materia.

Todos sabemos de fútbol y conocemos sus secretos. Es un ejercicio social, amado o despreciado con la misma intensidad. Unos lo colocan en el centro de su vida y alcanzan tal grado de empatía con el club al que siguen, que su vida fluctúa obedeciendo el ritmo que marcan los resultados de ese equipo. Otros consideran al fútbol un enemigo de la razón y del buen gusto y lo señalan como ejemplo de la desmesura y de la trivialidad que vivimos en esta época economicista, especuladora y decadente.

Lo cierto es que, de una forma u otra, este inocente deporte es centro de atención y nos gusta analizar las reacciones. Todo excesivo. Los que aman el fútbol le conceden una trascendencia inapropiada, porque hablamos de deporte. Los que consideran el fútbol como síntoma de decadencia están equivocados también. El problema es de la gente no del fútbol. Es un deporte por el que pasan muchas cosas que no tienen que ver con él y no se le puede culpar ni de la felicidad ni de las penurias de una sociedad como la nuestra. Lo sensato es disfrutarlo o ignorarlo con la normalidad serena del observador inteligente. Sin más. Es difícil explicar cómo algo tan sencillo y desprovisto de secretos, algo aparentemente tan simple, tiene ese poder de convocatoria, tanto magnetismo.

El fútbol es un juego, que combina estrategias, elementos técnicos y de fuerza, mezclándolos con aciertos, errores, improvisación, estados de ánimo, gestos individuales o acciones colectivas y que está sujeto a la suerte en sus dos variantes, la buena y la mala. Esa mezcla genera un resultado y a partir de ahí viene todo lo demás. Las interpretaciones, la sublimación de las pasiones, el sentimiento colectivo, la identificación con los colores, el marketing, la proyección mediática, la violencia, los brotes de racismo, la explosión de júbilo o el llanto.

Muchas de estas cosas pasan a través del fútbol pero nada tienen que ver con él. El fútbol es sólo un deporte y desde hace algún tiempo, un sujeto paciente. Es como el niño virtuoso al que se explota de plaza en plaza y de plató en plató. Cuando hablamos del fútbol como algo nocivo, en realidad debemos hablar de los vicios de quienes utilizan el fútbol para fines que nada tienen que ver ni con su origen ni con su naturaleza.

Este deporte es una estructura sólida, de paredes permeables, que genera emociones intensas, y es capaz de transmitir sentimientos, sucesos, imágenes o noticias a la velocidad de la luz. Debemos distinguir inmediatamente entre el fútbol, un deporte intrínsecamente bueno, y el negocio del fútbol; faceta moderna, fruto de los tiempos y del mercado.

Hablar de fútbol a secas y ceñirnos a la parcela del análisis técnico y estrictamente deportivo sería quedarnos en un espacio reducido e incompleto. Es más fiel abrir el arco y proponer una reflexión capaz de integrar todas las sensibilidades que se dan con respecto al fútbol como fenómeno social. Este es el ejercicio que proponemos en  “Palabra de Fútbol”. Contamos el fútbol y lo miramos como una herramienta que va más allá. No utilizarla hasta el extremo de sus posibilidades es renunciar a una gran oportunidad.