Inicio 1ª División Valverde, el mago de la fruta madura

Valverde, el mago de la fruta madura

Compartir

Eduardo Grenier. Cuba.- Noche sombría en Mestalla. Nada de pañuelos blancos, ni de pitadas clamorosas, pero un ambiente enrarecido baja de las gradas del coloso. Cuando la gente se percata de que el silencio es inoportuno, comienza a corear, con un sentimiento perceptible en el tono, “Valverde quédate”. A orillas del Turia este tipo de cosas son demasiado infrecuentes. El nivel de exigencia roza la franja roja del termómetro y que la afición aclame a un entrenador es un indicio claro de complacencia inhabitual.

Valverde realizó un trabajo laudable al frente del conjunto che. Luego de aquella etapa sublime con Rafa Benítez en los banquillos, el Valencia sigue en espera de una estabilidad que nunca ha llegado. Unos cuantos técnicos han desfilado por el banco de Mestalla y, como si tuviera pica pica, todos han saltado de allí. La exigente afición valencianista pedía un técnico con carácter, serio en su trabajo y, sobre todo, ganador. Pese al cariño de este último partido y de los anteriores Valverde se marchó. Se fue a Bilbao y la historia que vino después ya la conocemos.

Todo este preámbulo nos lleva a una idea demasiado evidente: Ernesto Valverde es un entrenador excelente. Tras su paso por clubes históricos de la parte media de la tabla, como Espanyol o Athletic, y el periplo por la legendaria Atenas, ya su palmarés exigía un ribete dorado, dígase un club de la alcurnia europea. Así, el Barça tocó a su puerta y el Txingurri no lo pensó dos veces.

Tras la marcha de Luis Enrique, quien pese a sus títulos dejó un zafarrancho en el club, la única solución posible al caos sería la mano de un tipo aglutinador, que combinara en su carácter esa efectiva simbiosis de simpatía y exigencia. Llegó Valverde y todo quedó zanjado. Sobre el césped, las heridas de la temporada anterior fueron cicatrizando de a poco, mientras la aguda crisis institucional que era vox populi fue erradicada incluso desde la sala de prensa. Es fácil percatarse de que ya casi ni se menciona a Bartomeu, el vilipendiado presidente culé.

Tras el fracaso en la Supercopa de agosto, en la que el Madrid aplastó en par de encuentros al Barça, se veía venir la hecatombe. Pero esta nunca llegó. Amagó y se fue. ¿Las claves? Un cambio de estilo que prioriza la fortaleza defensiva unida al clásico toque del balón que brota espontáneamente desde la Masía. Por extraño que parezca, el Barcelona ha hecho de los contragolpes un arma letal. Sabe sufrir sin la esférica y, cuando la toma, la trata con inteligencia.

Los más llamativo es, tal vez, la inteligencia con que el Txingurri maneja los hilos de los partidos. Las primeras partes han sido excesivamente tranquilas. A veces parece que el Barça sufre mientras se defiende de los embates del rival. Pero aguanta estoicamente hasta que los contrarios se desgastan. En las segundas mitades, cuando los oponentes sufren físicamente, los culés se crecen y desarrollan su mejor juego. Así llegan los triunfos. Latigazo tras latigazo.

En Cuba, a fines del siglo XlX, los norteamericanos aplicaron la llamada política de la fruta madura, consistente en esperar a que en la Isla estuvieran creadas las condiciones propicias para atacar y deshacerse de un zarpazo de los españoles. Dicho metafóricamente, aguardar porque la fruta se madurara y cayera ella sola de la mata. Entonces recuerdo el estilo del Barça de Valverde y no puedo evitar las comparaciones. Cualquier coincidencia es, seguramente, pura obra de la casualidad.