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Talento, fuerza, personalidad, inteligencia: Dunga

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VAL103 SAINT-DENIS (FRANCIA), 25/03/2015.- El técnico de la selección brasileña de fútbol, Carlos Dunga, durante una rueda de prensa en el estadio Stade de France, en Saint-Denis, cerca de París, Francia, hoy, 25 de marzo de 2015. Brasil se enfrentará a Francia en un partido amistoso el próximo 26 de marzo. EFE/YOAN VALAT

Eduardo Grenier.- Cuba. Es difícil encontrar una palabra que sea sinónimo de Dunga. Como una aguja en medio de un pajar. Me vienen mil la mente, cuál de ellas más adecuada: carácter, ambición, calidad, elegancia, disposición. Y sí, Dunga es todo eso, pero no en términos individuales. Su personalidad, valga decirlo, solo se entiende con una simbiosis entre todas estas cualidades. No existe el adjetivo ideal para caracterizar a una figura de semejante alcurnia en el mundo del fútbol. Basta, sin embargo, con decir que Carlos Caetano Bledorn Verri es un buen tipo.

Recuerdo con precisión aquel 2010 en que llevó a Brasil al Mundial de Sudáfrica. Tenía yo doce años, pero el fútbol es una droga demasiado potente y ya me había ganado. Aquella selección destilaba brillo, con una constelación de estrellas que apuntaba amenazante el trofeo macizo. Todo, hasta aquellos infaustos cuartos de finales, con la remontada de los holandeses. Les tocó “bailar con la más fea”, como dicen en mi tierra, mas el sabor dejado no fue del todo amargo. Por desgracia –o por fortuna, vaya usted a saber- en Brasil entienden como derrota cualquier resultado que no sea la Copa. Mentalidad de ganadores.

Es el recuerdo que me queda de Dunga. Ni siquiera mencionaría el de su segunda etapa sentado en el banquillo de la verdeamarela, algo irrelevante tras recoger las cenizas dejadas por aquel escándalo en las semifinales del Mundial. Sin embargo, basta con citar palabras de Roberto Firmino, actualmente uno de los delanteros mejor valorados del mundo para comprender el periplo de su coterráneo en la selección: “Para mi Dunga es el entrenador más importante de mi carrera. Fue el primero que me llamó, por ello siempre estaré agradecido con él por confiar en mí”.

De cualquier manera, la verdadera huella de Dunga aparece impostada sobre el césped, en sus tiempos de mariscal de un medio del campo inolvidable de la “Canarinha”, una generación dorada que le consagró campeón mundial en Estados Unidos 1994 y que luego les haría subcampeones cuatro años más tarde en Francia. Dicen quienes fueron testigos de aquellos años que Brasil jamás hubiera sido campeón sin el aporte de su capitán. En términos tácticos, un equilibrio indispensable.

Hay jugadores cuyo juego resulta vital en el funcionamiento de un equipo. Brasil ha sido siempre una máquina de “jogo bonito”, cuna de jugadores con una habilidad sin igual en el manejo del balón, de estilo ofensivo, descarado. Son conjuntos con la vista puesta en el arco rival, pero que quedarían desnudos si no tuvieran hombres capaces de resolver prácticamente solos las embestidas del contrario.

Dunga tenía la salida y, también, la impresionante habilidad para romper jugadas del rival. Elegancia ahora, robustez 10 segundos más tarde. Herramientas distintas pero que, unidas, conforman al jugador versátil. Cualidades aderezadas por una alta dosis de osadía y liderazgo, quizás lo más relevante cuando un futbolista afronta la responsabilidad que implica portar el brazalete de capitán. No todos están a la altura y de ello depende, en gran medida, el funcionamiento de la maquinaria que son once tozudos que funcionan como un todo.

“No basta con ser talentosos con la pelota, hay que estar también muy fuertes de la cabeza”. Lo dicho, Dunga tiene la magia, pero también la inteligencia. Amar el fútbol es otro punto a favor. Las entrañas de este juego las conocen mejor quienes lo respiran a diario. Por ello resulta difícil, a veces, ver en la banda a alguien que quisiéramos tener en el césped, pateando el balón, como si la vida le fuera en ello.

El tiempo es implacable. Que el reloj no perdona, lo sabemos todos. Sin embargo, ya lo decía, el fútbol es una droga demasiado poderosa y la terquedad de los fanáticos empedernidos se antoja inevitable. Hablar en pasado de este tipo de jugadores resulta inaceptable. Algún día tuvieron la juventud, pero, como dijo uno de los grandes, la pelota no se mancha. El talento es una cualidad perenne. Quizás algún día, en un ataque de nostalgia que agradeceríamos eternamente, acepte aquel que fue una estrella lanzar un par de balonazos en el lodo de un barrio cualquiera. No vi jugar a Dunga y yo mismo, sin ser culpable, padezco por no haber nacido antes.