España acudió a la llamada. Las calderas han dejado de humear y, con los días, se valora justamente lo que hizo la Selección en París. Hubiera sido entendible que ante una buena escuadra como la francesa, el fútbol diera la espalda a los españoles para colocar a la mejor selección del mundo contra un muro casi olvidado: la duda. El fútbol no conoce a nadie, pero no fue así. Reeditaron la versión ideal.
España puso en escena su calidad natural, la responsabilidad equilibrada y la paciencia. El resultado de las desconfianzas y las pequeñas tensiones vividas antes del partido ha sido la obtención de los puntos, la reivindicación futbolística de una idea y la recuperación de la imagen, para valorarlos aún más, recordando tiempos en los que no ganábamos a nadie. Han sido dos días de amarguras rumiadas con la esperanza de que Finlandia solo fuera un mal sueño. Fue eso. Al Parque de los Príncipes entró una selección observada y con el zumbido de las dudas sobre su cabeza. Salió un equipo al que, visto lo visto, se le pueden discutir pocas cosas. Solo queda saber si la conjura que los futbolistas españoles han hecho para ganar el Mundial de Brasil y cerrar el círculo de lo nunca visto, llegará a buen fin.
Parece algo impensable, aunque solo sea por un cálculo normal de probabilidades, pero si España logra aislar la ansiedad y jugar al fútbol, tiene el hilván del cuarto prodigio más cerca de lo que parece. Dos Eurocopas y dos Mundiales de forma consecutiva. Parece ciencia ficción. No queda tanto y los que tienen que llegar en buen estado parece que, si no media desgracia, van a llegar. Siendo todo normal solo nos queda ver si España hace honor al grandísimo marco elegido para su gesta, con un triunfo que marcaría la historia del fútbol. Si se da, seremos afortunados por haber coincidido con estos chavales y, si no se da, habrá que agradecerles la oportunidad de disfrutar lo que han dado a tanta gente. Agradecidos a ellos y al fútbol.
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