Inicio José M. Ríos La samba de los desiguales

La samba de los desiguales

Compartir

brasil protestasJosé Manuel Ríos Corbacho.
Profesor Titular de Derecho Penal de la Universidad de Cádiz.
Director del Forum de Derecho, Ética y Deporte.

La utilización de los grandes espectáculos deportivos a nivel mundial ya no sirven de escudo a la visibilidad de los problemas sociales que atizan a nuestro planeta. Lleva razón José Luís Pérez Triviño cuando apunta que “Panem et circenses” no es ya una forma de gobierno que sea suficiente para mantener adocenada a la sociedad brasileña. Brasil se ha convertido en el epicentro del conflicto y ello porque la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, tuvo que convocar una sesión de emergencia de su gabinete, después de que un millón de personas se lanzaran a las calles en más de 80 ciudades para protestar contra los altos impuestos, la corrupción y la que consideran es insensibilidad del gobierno con su pueblo.

Las protestas realizadas estos días se vieron empañadas por la violencia, llegando a producirse lesiones y muertes de los ciudadanos brasileños. Tanto es así que, en Río de Janeiro, la policía disparó gases lacrimógenos a jóvenes de entre los aproximadamente 300.000 manifestantes que marcharon por el centro de la ciudad, provocando al menos 40 heridos.

Por su parte, también en Brasilia, cientos de manifestantes intentaron entrar al Ministerio de Relaciones Exteriores, frente al cual los inconformes prendieron un pequeño incendio. Otros edificios del gobierno fueron atacados alrededor de la explanada central de la ciudad, donde la policía, de la misma manera, se lanzó gases lacrimógenos y balas de goma para tratar de dispersar a los manifestantes.

Asimismo, se reportaron choques en la ciudad amazónica de Belem, en Porto Alegre, en el sur, en la Universidad de Campinhas al norte de Sao Paulo y en Salvador, en el noreste.

Pero en ciudades como Sao Paulo, los organizadores de las protestas dijeron que convertiría la manifestación en una fiesta para celebrar la baja del pasaje, situación más parecida a la idiosincrasia del brasileño habitual, sobre todo en el fútbol, como pudieran ser los estandartes del sambódromo Ronaldinho o el mismísimo Romario de Souza, a la sazón, “bailarines del fútbol”.

Este no es el Brasil que conocemos. El que vislumbramos es aquél del jolgorio, del carnaval sin chirigotas y con un bailoteo teñido de color chocolate en Copacabana, el del Corcobado. En definitiva, el Brasil de la alegría y el de aquellos cientos y cientos de niños con un iter predeterminado: la favela, el “jogo” en la playa y el estrellato. Brasil no es Neymar, el fútbol carioca, como modo de entender la vida, es algo más. La tradición canarinha obliga a no dejar en el anonimato a la Pentacampeona y a unos clubes increíbles que paseaban su calidad (otrora sin necesidad del físico estandarizado en Europa) por las ciudades españolas a la hora de que los clubes sudamericanos hacían “las Europas”. Vi en 1975 una final del Trofeo Carranza, siempre el primero de la temporada estival, disputaban el Real Madrid con el Palmeiras de Brasil. El equipo merengue competía el encuentro con auténticos históricos de la casa blanca: Miguel Ángel, Pirri, Velázquez, Paul Breitner, Günter Netzer, Roberto Martínez… Los brasileños “sólo” pudieron contar con Leao en la portería y, entre otros, Ademir, Rivelino, Jairzinho, Leivinha, y el colosal Luis Pereira, toda una generación de elegantes jugadores brasileños que procedían de la canarinha del 74 en el mundial de Alemania, reducto de aquella selección campeona mundial en México 70; emocionado por lo que había visto le dije a mi padre que quería ser como los que vestían una elástica verde y un pantalón blanco, me miró y dijo lo que considero que fue la primera lección futbolística de mi vida: “para jugar así hay que ser brasileño…”.

Pero junto a esta nostalgia nos han mostrado un Brasil emergente, con grandes posibilidades económicas y prueba de ello ha sido la concesión tanto de la Copa Confederaciones como del Mundial 2014 junto a unos juegos Olímpicos. Pero cabe ese despliegue de bondad por los organismos internacionales (F.I.F.A y C.O.I), pues todavía este país no ha repuntado del todo, se encuentra en una burbuja económica que puede estallar y sino que se lo pregunten a los gobernantes españoles cuando el mercado inmobiliario era el más floreciente de Europa. Los gobiernos ya no engañan, como ocurriera con el Ente Autárquico del Mundial 78 en Argentina en el que el Dictador Jorge Alberto Videla ocultó mediante la opacidad que conlleva el circo del fútbol, la masacre de tortura y violencia extrema que aderezaba su régimen militar. La sociedad brasileña se preocupa por formarse y, por este motivo, ya los grupos ecologistas, con Sting a la cabeza, protestan porque se siguen talando denodadamente árboles en la Amazonia y la desigualdad sigue siendo una constante en Brasil, es más, las favelas son nidos de corrupción en el que el único salvoconducto que existe para poder salir de allí es el ADN del fútbol.

Los conflictos sociales han generado mucha violencia y prueba de ello han sido todos los incidentes que se están produciendo en la Copa Confederaciones, ese espectáculo que hace a la F.I.F.A un poco más rica y ha mostrado las vergüenzas de un sistema en el que el campeón de Oceanía ha jugado contra España y, a día de hoy, a batido el record de la mayor goleada jamás vista en el mítico Maracaná. Ello prueba dos cosas: que Tahití es mejor que la Malta que se enfrentó en las clasificatorias del Europeo de 1984 en Francia, aquél que fue el inicio del camino hasta ser campeones en 2008 y en Sudáfrica en 2010, junto a esto que Villa, Torres y compañía han conseguido lo que ni el mismísimo ¡¡Oh rey!! Pelé consiguiera en el mítico estadio de Río de Janeiro.

Pero este tipo de incidentes no es patrimonio exclusivo de la Confederaciones. En otros países también han ocurrido este tipo de incidentes en los alrededores o dentro del propio estadio pero fuera del terreno de juego, véase el ejemplo en 1985 cuando en la final de la Copa de Europa se enfrentaron la Juventus de Turín y el Liverpool, en el partido que se intituló la «Tragedia de Heysel». Los sucesos acontecidos el 29 de mayo de 1985 en el Estadio de Heysel de Bruselas, en Bélgica, en el que murieron 39 aficionados (34 italianos seguidores de la Juventus, dos belgas, dos franceses y un británico) a causa de una avalancha de aficionados en los prolegómenos de la final de la Copa de Europa de fútbol entre el Liverpool y la scuadra bianconera. Los sucesos causaron además 600 heridos de diversa consideración. Quizá dicha situación tuviera también su inicio en la final del año anterior entre el Liverpool y el AS Roma donde ganando el equipo inglés sus aficionados fueron agredidos por la hinchada romana, gestándose entre los años 84 y 85 un movimiento de Hooligans que revolucionó todo el ámbito de las hinchadas del Reino Unido y, por ende el de Europa. Los 14 supporters que fueron condenados por la final de Bélgica, tuvieron como turbia recompensa deportiva el hecho de que los equipos ingleses fueran sancionados por la UEFA a su “no participación” durante 5 años en competiciones europeas, circunstancia por la cual se le hizo mucho daño al magnífico fútbol inglés.

En España, sin ir más lejos, también han ocurrido otros incidentes como pudieran ser los siguientes: la pelea que acaeció en las cercanías del estadio Vicente Calderón entre las aficiones de la Real Sociedad y el At. de Madrid, u otra que tuvo lugar entre los aficionados del equipo colchonero y el Sevilla FC. Además, también se han producido altercados entre los seguidores del Español y del Barcelona e incluso en los más cercanos Jerez frente al Cádiz C.F.

Este tipo de incidentes que rodean al fútbol también tiene su respuesta jurídica. Se trata de lo que conocemos como violencia exógena, esto es, aquélla que se produce alrededor de los estadios deportivos. En el Código Penal español se protege en el art. 557 la “paz publica”, preceptuando éste que se impondrá la pena de prisión de seis meses a tres años los que, actuando en grupo, y con el fin de atentar contra la paz pública, alteren el orden público causando lesiones a las personas, produciendo daños en las propiedades, obstaculizando las vías públicas o los accesos a las mismas de manera peligrosa para los que por ellas circulen o invadiendo instalaciones o edificios, sin perjuicio de las penas que les puedan corresponder conforme a otros preceptos de este Código. Asimismo,  se impondrá la pena superior en grado a las previstas en el apartado precedente a los autores de los actos allí citados cuando éstos se produjeren con ocasión de la celebración de eventos o espectáculos que congreguen a gran número de personas. Con idéntica pena serán castigados quienes en el interior de los recintos donde se celebren estos eventos alteren el orden público mediante comportamientos que provoquen o sean susceptibles de provocar avalanchas u otras reacciones en el público que pusieren en situación de peligro a parte o a la totalidad de los asistentes. En estos casos, se podrá imponer también la pena de privación de acudir a eventos o espectáculos de la misma naturaleza por un tiempo superior hasta tres años a la pena de prisión impuesta. Igualmente, puede citarse el art. 558 del texto punitivo español donde se advierte que serán castigados con la pena de prisión de tres a seis meses o multa de seis a doce meses, los que perturben gravemente el orden en la audiencia de un tribunal o juzgado, en los actos públicos propios de cualquier autoridad o corporación, en colegio electoral, oficial o establecimiento público, centro docente o con motivo de la celebración de espectáculos deportivos o culturales. En estos casos se podrá imponer también la pena de privación de acudir a los lugares, eventos o espectáculos de la misma naturaleza por un tiempo superior hasta tres años a la pena de prisión impuesta.

En consecuencia, tenemos que reivindicar un espectáculo deportivo que no se tiña por la desigualdad ni por la indiferencia y menos en fútbol, sobre todo, en el balompié carioca y por lo que representa a la nación que más campeonatos del mundo ha conseguido. Por ello, la única desigualdad de la que deben hacer gala el pueblo brasileño en general y, la canarinha, en particular, es la del fútbol donde verdaderamente son desiguales (Garrincha, Tostao, Gerson, Sócrates, Zico, Falcao, Toninho Cerezo, Eder, Rivelino, Jairzinho,Pelé, etc, etc, etc….) con respecto al resto de futboleros. Lo llevan en su pasaporte genético, el toque de balón, el ritmo, la pasión por este deporte, en definitiva, el baile futbolístico, la samba brasileña como “danza del fútbol”. ¡¡¡ Viva el jogo bonito”!!!