Inicio 1ª División Raúl García: Por Mancha Real pasó un comandante humilde

Raúl García: Por Mancha Real pasó un comandante humilde

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El Atlethic Club llegó al Estadio de la Juventud de Mancha Real. Expedición formal, severa y concentrada. Sin atisbo de trivialidad. Serios pero no distantes, educados y amables. La entrada en el estadio, superados los momentos de algarabía externa, fue silenciosa.

El vestuario, si pudiera expresarse, mostraría su asombro por la novedad no por los gestos. El tono de las voces era quedo. Era el sonido de un equipo que llegaba con respeto pero decidido a cumplir su objetivo. Ciertos problemas para acomodarse. Casi tantos bagajes como futbolistas, pero los «leones», todos, vienen de espacios muy parecidos. Nada nuevo. Son de base. Además Jose, el utillero del At. Mancha Real, fue especialmente cuidadoso… fruta, nevera y atención permanente. Nobleza obliga.

Fuera se escuchaban las voces de los seguidores verdes. Fueron los primeros en entrar y en poner color y banda sonora a la grada principal. 

El vestuario local respiraba un poco más acelerado. El silencio iba cargado de más tensión, de voces bajas y seguras. Voces de ánimo. Más silencio. La ceremonia era muy especial. Cada uno metido en sí mismo pero mostrando puños apretados y gestos de fortaleza y confianza para que los demás creyeran.

El túnel de vestuarios era una boca de metro en hora punta pero sin mascarillas. Fútbol de toda la vida con una carga simbólica inenarrable.

Lopito serio, como un torero. Lekue mirando a todos lados, reconociendo el espacio. Nico Willians dando saltitos para ir entrando en situación y Óscar Quesada concentrado, quizás, repasando su vida hasta llegar ahí. Metido. Marcelino, delgadísimo como siempre, imperturbable, mirando y a la expectativa. Serio. Ese gesto luego muta y se vuelve fútbol.

Empezó el partido y pasó lo que pasó. Una eliminatoria de Copa y dos equipos que jugaban con sus armas y sus obligaciones. El Campeón con la irrenunciable necesidad de ganar y los de casa con la fe puesta en romper el cristal del pronóstico pero, sobre todo, decididos a no quebrarse y competir con dignidad y hasta el final. Los dos equipos ganaron. El resultado, son solo números.

El partido se jugaba y mientras todos estaban en su papel había tiempo, porque un partido puede durar toda una vida, para más cosas. A los pocos minutos de comenzar el encuentro se produce un saque de esquina favorable a los leones. Lo pone en movimiento Berenguer y se resuelve sin más incidencia. En ese momento se produce un impasse en el juego. Raúl García y Lopito mantienen una breve charla. Tras el acoso y la defensa de atacante y cancerbero, el portero despide a Raúl con un recado: «Luego me das la camiseta». Raúl le da el ok y se despiden con un gesto afectuoso. «Luego volveré con peores intenciones» pensaría García.

Raúl García es duro, recio y áspero en el terreno de juego, como el tronco de un olivo milenario y sensible, educado y humilde cuando sale de la ducha.

Después de aceptar el compromiso con Lopito, cuando llegó el descanso, Raúl García se fue a buscar a Óscar Quesada para cumplir con un rito que en el fútbol y en la vida es la muestra más clara de altura y valor personal. Raúl García buscó a Quesada para pedirle su camiseta: «He visto tu historia y es admirable». Después de abrazaron dos gigantes. El gesto retrata a los protagonistas.

Terminó el partido. El vestuario era una colmena. De celda a celda entraban y salían futbolistas hermanados y conscientes cada uno de su papel.

Lopito entró tarde y vio cómo la ceremonia de las camisetas se había terminado pero él no tenía la suya, la que negoció antes que nadie. Resignado entró al vestuario y allí, en su percha, estaba la camiseta de Raúl García que entró y al no encontrar al portero la dejó allí para cumplir su palabra. Dos gestos y una misma persona. Raúl García. Por Mancha Real pasó un comandante humilde. Es fútbol.

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